Rajoy en la Segunda Fase. Fernando González
Las fechas del calendario político se van consumiendo y los barones del PP intuyen ya las próximas elecciones europeas y locales. Marcan entonces el número oculto de su móvil y preguntan por Mariano Rajoy: “de nada nos valdrán, Presidente, las buenas previsiones macroeconómicas si nuestras gentes no sienten la mejoría en casa” – se confiesan al Jefe un tanto desalentados-. “Tranquilidad, tengan ustedes paciencia y confianza, vamos por el buen camino y tenemos tiempo suficiente para generalizar la mejoría” – les recomienda Rajoy insistentemente-. Antes de cortar la comunicación con los suyos, tan enigmático como siempre, más gallego que nunca, les anuncia: “Ahora estamos en condiciones de afrontar la segunda fase de nuestro proyecto político”. Los últimos movimientos del gobierno popular obedecen, seguramente, a la estrategia ideada para compensar a los votantes de PP de tantos sinsabores impositivos y de tantos incumplimientos programáticos. La derechización conservadora, implícita en buena parte de las leyes presentadas últimamente, es una buena prueba de todo ello. Educación, Trabajo, Interior y Justicia son los departamentos encargados de encabezar esta ofensiva electoralista.
La estratagema consiste en legislar lo que ya estaba regulado o imponer a toda la ciudadanía los principios morales de la España más tradicional. Léase, sin ir más lejos, el texto de la nueva Ley de Seguridad que nuestro Ministro del Interior ha remitido al Congreso, un proyecto que transforma en delito las faltas de civismo contempladas ya en las ordenanzas y limita los derechos fundamentales a reunirse, expresarse y manifestarse libremente. Enfrentado, sin razón alguna, al viejo dilema entre el Orden y la Libertad, perfectamente combinables ambas en una sociedad avanzada, el gobernante apuesta dogmáticamente por el primero de ellos y limita minuciosamente el ejercicio del segundo. Los sectores más duros de PP, aquellos que representan a los partidarios de la mano dura y los castigos ejemplarizantes, se sienten acosados por las multitudes indignadas y las mareas de los ciudadanos contestatarios. Les gustaría que los manifestantes se quedaran en casa y fuera allí donde se lamentaran de tanta penuria.
Otro tanto le sucede a Ruiz Gallardón, travestido de esperanza blanca del centrismo a paladín de las causas más trasnochadas, empeñado en corregir una ley despenalizadora del aborto que viene aplicándose con absoluta normalidad democrática desde que fue aprobada. Sólo las organizaciones más tradicionalistas, vinculadas a una jerarquía eclesiástica sin parangón en Europa, mantienen viva la reivindicación; una protesta que Gallardón abandera por donde quiera que vaya. En este furor por modificar lo que nadie reclama, le ha tocado rascarse a la Ministra de Trabajo, pobrecita mía, que tendrá que añadir a la inmensa tarea de colocar a millones de parados el encargo de regular los servicios mínimos en las huelgas convocadas en el sector público. Nada se hizo cuando los pilotos del Sepla o los controladores paralizaron el tráfico aéreo, tampoco cuando los maquinistas de Renfe o del Metro pararon servicios esenciales, pero sucedió que la inoperancia de la Alcaldesa Botella cubrió Madrid de basuras y fue entonces cuando Rajoy señaló a los culpables: ¡Regúlese el derecho a la huelga!
No me extrañaría que Wert agotara la legislatura y fuera entronado después como el primero de los santones reformistas de la era Rajoy. Ha cumplido con todo lo que de él se esperaba: La segregación sexista en las aulas, el apoyo entusiasta a los colegios concertados, la discriminación activa del alumnado por su capacidad de aprendizaje o por su origen familiar, la supresión de ayudas públicas a los estudiantes con menos recursos y la vuelta a la confesionalidad más rancia en los planes de estudio. El Ministro de Educación ha sido un avanzado en la llegada de Mariano Rajoy a la Segunda Fase. En tal dimensión, mal que le pese a toda la progresía nacional, esperan recuperar todos los votos perdidos en los años de la Primera Fase, dedicada a recortar y desinflar las esperanzas despertadas, y en esto andan.