CATALUNYA: DEL SENY A LA RAUXA
El «problema catalán» está sirviendo como cortina con la que el gobierno del PP trata de ocultar los muchos problemas que aquejan a la sociedad española, tras dos años en el poder y con un flagrante y contumaz incumplimiento del programa electoral: se han sobrepasado, con creces, las «líneas rojas» de la Sanidad, Educación y pensiones; la promesade enderezar la economía y acabar con la sangría del paro no pasa de ser un simple brindis al sol. Y a la involución en materia de administración de justicia y libertades ciudadanas que se prepara, sin dejar de lado los ridículos de los Juegos Olímpicos o Eurovegas. Y a todo esto hay que sumarle el añadido de los lamentables escándalos de corrupción que van desde la Casa Real a los sindicatos. Como si se hubiesen puesto de acuerdo Artur Mas y MR, se ha abierto la espita del independentismo para hacer olvidar a la ciudadanía los graves problemas que a diario le atenazan.
Los políticos catalanes, en su mayoría, a lo largo del tiempo han dando amplias muestras de seny (sensatez, sentido común) y en la historia reciente tanto PSOE como PP han contado con su colaboración para sacar adelante la mayoría de las leyes. Sin embargo, un batacazo, por unas elecciones convocadas para aumentar su mayoría, propició que el líder de CIU viera en la frustración de la sociedad catalana que ya se palpaba por la mutilación realizada por el Tribunal Constitucional (28-07-10) en el Estatuto de Autonomía de 2006, con una participación que no llegó a la mitad del censo (49,4%), un salvavidas al que agarrarse. Y del seny se ha pasado a la rauxa (arrebato). El ejecutivo catalán ha puesto todo de su parte para aprovechar una marea ciudadana que va en aumento, hasta llegar al «expolio de Catalunya» o «España nos roba». Como paso previo el PP hizo todos los esfuerzos posibles ─incluido el recurso ante el TC, con un retardo de cuatro años en su sentencia─ para atizar el sentimiento anticatalanista. Decía José Ortega y Gasset, en su intervención en las Cortes el 13 de mayo de 1932, que «el problema catalán es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar; que es un problema perpetuo, que ha sido siempre, antes de que existiera la unidad peninsular y seguirá siendo mientras España subsista«. La II República, por medio del Gobierno Azaña, trató, además de conllevar, dar una respuesta adecuada a las aspiraciones políticas de Cataluña, aunque la Guerra Civil y su consecuencia ─la larga noche de piedra de la dictadura franquista─ dejara este propósito convertido en cenizas. Ahora desde la rauxa, con artículos de opinión y hasta congresos de historiadores, se habla del «expolio de España» sobre Catalunya.
En la fecha mítica del 11 de septiembre de 1714 no se produjo la victoria de España contra Cataluña. En ese enfrentamiento se dirimió el pulso que mantenían por el control de la Europa continental dos poderes enfrentados (los Borbones y los Habsburgo) y Cataluña se alineó en la llamada Guerra de Sucesión con el bando perdedor, del que esperaba que respetase más ampliamente su acerbo legal y su autonomía política. Como venganza, Felipe V firmó los Decretos de Nueva Plata (16 de enero de 1716) que reducían a Cataluña a una simple provincia de la monarquía. Tras años de oscurantismo surgió la Reinaixença, con la recuperación del idioma impulsado por autores como Joan Maragall, Jacinto Verdaguer o Carles Aribau, y el resurgimiento del sentimiento de identidad nacional. El «expolio» lo ha ejercido la clase dominante tanto sobre Cataluña como en el resto de España: no hay nada más que mirar el actual panorama para ver quiénes son los que pagan la crisis y los que se benefician de la situación, a pesar de haber contribuido en gran medida al desastre. La clase dominante en Cataluña no tuvo ningún empacho en financiar el pistolerismo del llamado Sindicato Libre, para asesinar a dirigentes anarcosindicalistas, y en apoyar el golpe de Estado del general Primo de Rivera, aunque luego quedaran frustradas sus expectativas. Y un catalán tan destacado como el fundador de la Lliga, Francesc Cambó, terminó decantándose por Franco ante el «peligro» revolucionario de la II República. Tras el triunfo del franquismo, el poder económico catalán vivió muy cómodamente bajo las medidas proteccionistas que favorecían tanto a la industria catalana como a la vasca.
Pero como no se pueden poner piedras al campo, es evidente que en Cataluña, por una suma de errores y desencuentros, hay una marea independentista que avanza y todavía no se sabe la altura que puede alcanzar. Es la expresión de la rauxa de una población frustrada que se ha visto envuelta en una crisis y que, por diversas razones y medios, ha identificado un culpable: España. Es de esperar que todos los responsables políticos ejerzan de tales y busquen una solución a un problema que ha estallado como una severa amenaza a la estructura y esencia del Estado, y dejen de aprovecharlo en beneficio propio en el corto plazo. Como señalara Manuel Azaña en su intervención ante las Cortes, para defender el proyecto de Estatuto de Autonomía para Cataluña «nadie tiene el derecho, en una polémica, de decir que su solución es la más patriótica; se necesita que, además, sea acertada» (sesión de Cortes del 27 de mayo de 1932).