por Francisco Tomás M. (XXIX)

Fco.Tomás M.

No existe el príncipe azul como no existen las Ofelias. Las adolescentes aspiran a un hombre perfecto que conjugue armoniosamente la virilidad con el sentimiento; los jóvenes imberbes sueñan con una chica que se derrita con sus palabras y se tambalee ante sus demostraciones de masculinidad. Sin embargo, ahí se queda el deseo al cumplir los 30 y percatarnos que el tiempo nos ha limado los sueños, ha encerrado a las ovejas que contamos para dormir y nos demuestra el primer cabello plateado o el incipiente pliegue de nuestra piel por debajo del ojo.  Siendo una realidad incontestable, no es humano, sin embargo, darse por vencido y la rebeldía innata debe luchar arduamente por librarse del pesado yugo del destino. Algunas mujeres, creen seguir viendo al príncipe azul en cada hombre que mira con ternura, así como, algunos hombres, ven a una Ofelia en cada mujer que suspira a su lado y se confiesa capaz de morir de amor. Ofelia muere en el Hamlet de Shakespeare al romperse una rama del árbol al que subía para colgar las guirnaldas de flores, que había confeccionado,  y muere ahogada en las aguas del río.  Cómo muere el príncipe azul?  No conozco. A pesar de mi bagaje como lector, el final del este príncipe, que salva a las doncellas y cuyo origen principesco le hace bello, educado y gentil.  Tampoco, a pesar de la experiencia de los años, encontré ninguna Ofelia en mi vida, ni mujer alguna me confesó haber encontrado al príncipe azul. Ambos son personajes de ficción y la vida real admite los sueños pero no los delirios angustiosos, que confieren a los seres humanos virtudes que no tienen. He oído muchas veces: “Esos dos no hacen buena pareja”. Cometemos el error de medir a otras personas por nuestros parámetros sin darle valor a sus gustos personales y sin reparar en que conocemos sólo una ínfima parte de la idiosincrasia de cualquier individuo. No debemos buscar personajes de ficción –yo no lo hago- sino dejar que la vida nos muestre a alguien que nos sacuda y nos despierte del letargo emocional. Personalmente, prefiero a alguien que sepa lo que siento con tan sólo mirarme, que contribuya a mi crecimiento  al mismo tiempo que ahonde en su propia forma de ser sin intención de variar su rumbo ni el mío. Una pareja se asemeja a dos riachuelos, que se forman con el deshielo: cada uno nace en un sitio diferente, llevan su propio caudal y perfilan su ribera de manera libre y caprichosa pero, al final, llegan a confluir al mismo punto para perderse en el infinito del mar. Sigo fluyendo y creando un surco profundo a mi paso y sé que, al final de mi vida, confluiré con otro que tenga el mismo destino que yo.

YO NO TE PIDO

Yo no te pido que me ames, ni siquiera que me quieras, porque nadie controla las mariposillas del amor que revolotean en su estómago cuando ve o escucha a la persona que las agita. Yo no te pido que seas leal y sincera sólo conmigo, porque valoro la fidelidad que libremente entrega una persona a otra, pero, si no lo eres, debes saber que enterraré tus recuerdos y no vivirás en mí. Yo no te pido que te esfuerces por ser de ésta o aquella manera. Muy al contrario, sólo te pido que seas tú misma con esas virtudes que me atraen y esos defectos que respeto. Yo no te pido… porque pedir es algo que no se debe hacer por mucho que caiga uno en la fácil tentación de hacerlo ante alguien que promete poner un mundo mágico a tus pies.  Yo no te pido que pienses como yo ni que te gusten las mismas cosas que a mí, porque yo soy yo y tú eres tú y caminar juntos es lo que deseo… pero oler las mismas flores y acariciar las mismas espigas de trigo no nos hace mejores ni, tan siquiera, iguales. Yo no te pido que seas más o mejor sino que deseo que elijas libremente lo que quieras ser, porque mi amor no está por encima de tus deseos. Yo no te pido que me susurres buenas noches al oído, porque sé que cuando lo desees lo harás al dictado de tu corazón y nunca lo harías por obligación y mucho menos por imposición. Yo no te pido nada… aunque mi debilidad me mueve a bailar de puntillas por mis deseos y mis sueños. He aprendido, a base de cicatrices, a apasionarme por cada momento sin torturarme por el mañana. Yo no te pido que mañana me susurres un te quiero aunque sea mi mayor deseo porque el hoy todavía está por completarse. No pretendo confundir a nadie, nada más lejos de mi intención, sólo te digo lo que pienso y lo que siento. Nunca he podido reprimir todo aquello que me ha inspirado aquella persona que he amado. Pero me siento muy orgulloso de alentar a quien he amado a manejar con destreza y firmeza las riendas de ese caballo blanco, que galopando, tira de tu carro y te pasea por la vida. No soy un hombre ni injusto ni soberbio pero sí demasiado sensible para contener mi pasión por la vida y por aquello que he querido… porque mi amor se ciñe a la cintura de una mujer para adornar y no a su cuello para causar agobio y asfixia, por todo eso… yo no te pido.