Antonio Carmona tenía unos principios. Y ahora otros

En diciembre de 2002, el entonces diputado socialista en la Asamblea de Madrid, Antonio Carmona, se vio obligado a dimitir por una ocurrencia a propósito del hundimiento y la posterior catástrofe ecológica y económica provocada por el Prestige en las costas gallegas. Durante un acto con militantes en Aranjuez, y con la idea del desgaste del Gobierno de Aznar por la gestión llevada a cabo con el petrolero, soltó que los socialistas «estamos sobrados de votos, y si hace falta hundimos otro barco«. Boutade que le costó el acta de diputado.

Pero no es la única. Tuvo muchas otras aunque menos sonadas. Durante su etapa en política se ha caracterizado por su tendencia a la polémica y afán desmedido de protagonismo. Tras una breve estancia en la umbría mediática recuperó pista en tertulias televisivas y llegó a ser el candidato socialista a la alcaldía de Madrid.

Aquella campaña electoral de 2015, en la que compitió con Manuela Carmena y Esperanza Aguirre, estuvo plagada de despropósitos. Basta para ilustrar su escaso sentido del ridículo con el salto ante el oso y el madroño a pocos días de la cita electoral. Los madrileños lo percibieron tan claramente que le obsequiaron con el peor resultado del PSOE en unas municipales madrileñas. (Luego vendría Pepu Hernández y le arrebataría ese triste título).

Lo cierto es que nunca estuvo a gusto en su papel de concejal fracasado y así se percibía en los plenos del palacio de Cibeles. De tal suerte Ferraz lo despidió como portavoz del grupo municipal (total, para lo que desarrollaba…) y al poco regresó a las tertulias televisivas donde se ha movido como pez en el agua. Diciendo sandeces, sí, pero manteniendo cuota de pantalla que, al fin y al cabo, es lo que interesa a esta casta de narcisistas para alimentar su ego y mirarse al espejo como el más bello entre los bellos.

Con todo, con confundamos su extravagancia con sus grandes conocimientos económicos y su alta cualificación intelectual. Inversamente proporcional a sus escrúpulos. Siempre ha sabido reinventarse. Y asistimos a un ejemplo muy claro de ello.

Hay que tener una catadura moral muy baja para que, en plena guerra por  el recibo de la luz, no haya dudado en aceptar la vicepresidencia de Iberdrola. Muchos de sus antiguos camaradas se han  avergonzado y soliviantado. No hace ni dos meses escribía esto en twitter: “No tengo ninguna simpatía ni por Iberdrola ni por ninguna multinacional eléctrica. Al contrario, he denunciado que el sistema marginalista genera grandes beneficios extraordinarios y que el gobierno debe actuar cuanto antes”.

Qué curioso, en apenas mes y medio ha sido capaz de traicionar a sus compañeros de partido -aunque ya no ostentara ningún cargo-, romper sus principios -si es que los ha tenido alguna vez- y despojarse de sus valores que, por lo visto, solo los tiene guardados en el bolsillo.

Y empezó diciendo boutades.