LA SEGUNDA MUERTE DE MARIO CONDE

Sin la menor duda el difunto es un vivo. El 28 de diciembre (día de los Inocentes) de 1993 el gobierno de Felipe González decide el cese del consejo de administración de Banesto con Mario Conde a la cabeza, dada la mala situación  patrimonial de la entidad. A los 23 años de su primera muerte civil, Mario Conde vuelve a caer en manos de la Justicia por, entre otros, un más que probable delito de blanqueo de capitales cuyo montante puede superar los 15 millones de euros, aunque pudieran ser más, dados los vericuetos y artimañas que se emplean en la ocultación de dinero en los llamados paraísos fiscales, ahora de tanta actualidad.

De nuevo Mario Conde puede volver a la cárcel de Alcalá-Meco por varios años. En su estancia anterior gozó de trato de favor (hasta provocar las destitución del director del centro, en agosto del 2004) y gozó de la amistad y respeto de numerosos internos a los que aconsejaba buen comportamiento. Sin embargo, en sus muchas horas de recogimiento  no meditó sobre el consejo dado por el Pseudo-Longino en su obra Sobre lo sublime: «Ese afán insaciable de lucro que a todos nos infecta es lo que nos esclaviza. La avaricia es, ciertamente, un mal que envilece».

Tras un descomunal «pelotazo» por la venta de su participación en Antibióticos S.A., Mario Conde emprende una carrera desenfrenada en busca del éxito y el reconocimiento social. En diciembre de 1987 es nombrado presidente de Banesto, puesto que ya había anhelado su predecesor en la ingeniería financiera y otras argucias contables, el ya fallecido José María Ruiz Mateos. El éxito le sonríe y le convierte en un icono de la juventud española de los años ochenta. El crecimiento exponencial de Banesto se comprueba que está muy por encima de sus posibilidades financieras, pero este detalle no arredra al dandi de las finanzas: es consciente de que está en una dura carrera que ha de reportarle el éxito económico, social y (por qué no) político. La distancia es de maratón, pero Mario Conde la afronta a ritmo de velocista y cuando llega a lo que se conoce como el «muro» ( sobre los 30 kms.) se encuentra con la resistencia de los que le consideran un corredor extraño y peligroso. La bebida isotónica que necesita para llegar a la meta y no perecer en el intento es de la marca J.P. Morgan y su fondo de inversión «Corsario» (lógico el nombre), pero llega tarde. El gobernador del Banco de España, Luis Ángel Rojo, y el subgobernador, Miguel Martín, ya han avisado al gobierno de que la situación patrimonial de Banesto es insostenible y a pesar de las llamadas de auxilio de Mario Conde (incluido el rey Juan Carlos I) se decide la intervención.

Al año siguiente Mario Conde publica un libro (luego vendrían algunos más) en los que trata de justificar su actuación al frente de la entidad intervenida: «…no albergo ninguna duda razonable acerca de que los componentes políticos fueron decisivos en todo el proceso. No sólo en la decisión de intervenir, sino también en la evolución posterior al 28 de diciembre» (M.C. :El Sistema. Mi experiencia del Poder). Tras este intento de autoexculpación hay alguna que otra verdad: sus coqueteos con la posibilidad de entrar en política alarmaron a los instalados y sus participaciones en medios de comunicación (A3TV o Telecinco) provocaron la ira de personajes como el todopoderoso Jesús de Polanco (El País). Por su parte, la patronal bancaria no derramó una sola lágrima por el heterodoxo colega y se lanzó a una feroz disputa por los restos del naufragio del Banesto que fueron a parar a las manos de Botín (otro nombre cargado de ironía) y su Banco de Santander. El 23 de diciembre de 1994 Mario Conde ingresa por primera vez en Alcalá-Meco con una dura enseñanza: para el triunfador son todos los aplausos; para el vencido, ni agua. Pero con independencia de las maniobras y zancadillas del Sistema, la gestión de Mario Conde al frente del Banesto había producido un agujero de unos 3.600 millones de euros (unos 600.000 millones de pesetas), razón suficiente para que el Tribunal Supremo le condenara a 20 años de cárcel.

El individuo que salía de Alcalá-Meco antes de tiempo por buen comportamiento y que recetaba lecciones de moral y ética por medios de comunicación y redes sociales, ha demostrado que todo era una máscara. Desde antes de ser apartado de la presidencia del Banesto ya había empezado a poner parte de sus dineros a resguardo de la hacienda pública. Montó empresas ficticias y se benefició de fondos europeos para sus explotaciones agrarias y gozó de la benevolencia del Banco de Santander (Emilio Botín) que renunció a reclamar el dinero del quebranto patrimonial de la entidad adquirida en la subasta de 1994. Una transferencia de capital desde los fondos de Suiza hasta España puso sobre aviso a las autoridades y han llevado otra vez a Mario Conde ante el juez en su posible segunda muerte civil. Puede que vuelva a argumentar que es víctima del Sistema que lo va a utilizar como chivo expiatorio, ante el aquelarre de los llamados «Papeles de Panamá». En cualquier caso, de nuevo la actuación del en otro tiempo admirado exbanquero nos deja una clara enseñanza: los muy listos no siempre actúan de la forma más inteligente.