IU: ENTRE TODOS LA MATARON… Por Teófilo Ruiz

Y ella sola se murió. Es el refrán que parece dibujar de manera aproximada la situación de Izquierda Unida. Sobre todo si algo hay de cierto en las diversas encuestas de opinión que se publican o en los resultados de las recientes elecciones al Parlamento de Andalucía.

Repasar la historia de IU es comprobar que los acontecimientos dejan al descubierto que la pretendida unidad de la izquierda no ha pasado de un buen propósito. Nacida en 1986 al socaire del rechazo a la permanencia de España en la OTAN, convergen formaciones políticas tan dispares como el PCE, Izquierda Republicana, Partido Humanista y Partido Carlista, amén de movimientos sociales de diverso pelaje. Los seis millones de votos que mostraron su rechazo a la permanencia en la estructura militar de los Aliados tiene un pálido reflejo en las elecciones generales: 4,6% y 7 diputados. Hay que esperar a las generales del 96 para que las expectativas vayan concretándose: 10% de sufragios y 21 diputados. Sin embargo, la crisis que arrastra el PCE desde su legalización afecta también a IU, provocando divisiones y salidas casi constantes. La llegada de Julio Anguita al liderazgo de la coalición parece marcar el impuso definitivo, pero su enfrentamiento sin matices contra el PSOE y los sindicatos termina por abrasar sus propias iniciativas, sobre todo al comprobarse que su máxima «programa, programa, programa» entrega el poder a los representantes del PP en no pocos casos. El anhelado sorpasso, el salto para sustituir al PSOE como referente de la izquierda, no se produce y a Anguita le vale la acusación de planear una pinza con el PP para estrangular a los socialistas.

La dirección federal ha sido un obstáculo que numerosas federaciones ―Cataluña, Canarias, Asturias, Euskadi, Valencia― han obviado siempre que lo han considerado oportuno, transmitiendo a la ciudadanía cualquier cosa menos «Unidad». La autonomía desafiante volvió a repetirse en Extremadura, al apoyar al «popular» José Antonio Monago. Y el enfrentamiento y la desobediencia vuelve a registrarse en Madrid: con unos candidatos decididos a pasarse con armas y bagaje a PODEMOS y una dirección regional atornillada a sus asientos, sin querer asumir ninguna responsabilidad política por la participación en el desastre de Caja Madrid. Ante panorama semejante, parece lógico que las encuestas apunten a un horizonte que va desde la irrelevancia a la desaparición. La cita de Andalucía marca esa tendencia, al pasar de socio de gobierno a grupo insignificante.

No será la desidia la acusación que pueda formularse contra las diferentes direcciones de IU. Desde su nacimiento intentó canalizar la protesta y las aspiraciones de amplias capas de la sociedad, pero con una magra traducción en escaños. Anguita fue el martillo de todos los «herejes de la izquierda» que no respondían a su exigencia de «programa, programa, programa». Gaspar Llamazares y Cayo Lara han tratado de mejorar los resultados y taponar las divisiones, pero sin éxito. En 2009 se proponía una «Refundación de la Izquierda» abierta a formar «una fuerza política más fuerte, anticapitalista, transformadora y republicana». En 2011 se lanzaba una «Convocatoria Social», invitando a la ciudadanía a participar en asambleas para la elaboración de propuestas. Era la reacción a las lecciones dadas por miles de ciudadanos indignados que se iniciaron el 15 de mayo en la Puerta del Sol de Madrid. Las elecciones de noviembre eran la gran oportunidad de conseguir el acariciado sorpasso, con un PSOE abrasado por su gestión de la crisis económica, pero las lecciones del 15-M de nada sirvieron a IU. Un grupo de profesores universitarios, en buena medida militantes de la propia Federación, vieron la oportunidad que daba una gran parte de la sociedad indignada y desencantada de la clase política, de «la casta» y de sus numerosos e insultantes casos de corrupción. Habían estudiado fenómenos como el peronismo o la llegada al poder en Ecuador, Bolivia o Venezuela y se pusieron manos a la obra con la puesta en marcha de PODEMOS. Ni de izquierdas ni de derechas, para ocupar el mayor espectro social posible, han ido corrigiendo sus planteamientos según los datos de las encuestas, para ocupar en amplio espacio vacío dejado por unas formaciones que han gobernado en contra de los intereses de la gran mayoría social. Sin embargo, parece evidente que la situación latinoamericana de referencia de PODEMOS no es trasladable sin más a España y las expectativas electorales ―»salimos a ganar»―, pueden quedar por debajo de lo esperado. Pero lo que sí queda claro es que IU es la primera víctima de la astucia política desplegada por la dirección de una formación que acaba de nacer, como lo demuestran los resultados de las elecciones andaluzas.

Antes de firmar el certificado de defunción de IU convendría preguntarse si hay margen de futuro para esta formación; si la «izquierda» y sus dirigentes tienen propuestas creíbles y atractivas para las necesidades y demandas de una sociedad como la actual, acuciada por la precariedad, pero subyugada por la informática. Pero eso ya es otra historia.