Mi autorretrato se quedó con el perro

El artista, en su condición de creador, es un luchador contra el tiempo, porque desde el inicio de su práctica artística asimila la noción de sí mismo como un ser dotado de cierta excepcionalidad en su época y más allá de la misma. Su obra, que él confiesa como una emanación íntima de su yo, persigue subconscientemente una inmortalidad gracias a esa fusión indisoluble entre ellos.

Evidentemente no todos lo consiguen, sólo una minoría materializa esa trascendencia, aunque algunos necesitan observarse, analizarse, estudiarse para creer que esa dimensión productiva cobre vida y a la par sea singularmente suya.

Si se parte de esa supuesta o verdadera necesidad, el autorretrato es un buen móvil para desarrollar todo tipo de especulación –en este caso las teorías vuelan desde la base de distintas ópticas y se exaltan en sus conclusiones-, la principal de las cuales es la motivación que hay detrás de esta acción creadora.

Rembrandt (1606-1669) se autorretrató más de cien veces, desde el primero en 1626 hasta el último en 1669, el mismo año que su muerte. Podemos suponer que, al margen de ponerse a prueba a sí mismo, entrañaría una inquisición sobre los términos existenciales de quien duda permanentemente respecto al ejercicio de una actividad que se estaba consagrando entonces como fundamental y decisiva en la memoria e historia de la humanidad.    

Ser, tiempo y visión están implicados; vida, creatividad y concepción global (social, cultural, histórica, etc.) están inextricablemente asociados. De tal forma que si como espectadores apreciamos la gran manifestación plástica y visual que constituye tal genialidad, al mismo tiempo tal seducción se ve incrementada por ese fondo de misterio que conlleva, por ese relato que el autor hace de sí mismo en tanto que constructo biográfico de perpetuidad.

No obstante, hay que considerar como un eslabón, previo o postrero, lo señalado por Ortega y Gasset respecto a que “el artista suele desconocerse a sí mismo y casi nunca penetra en la bodega mágica donde fermenta su inspiración”.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)