Hay que andar con pies de plomo en el mundo del arte

¿Se exige un determinado código ético en el mundo del arte? Pues no, incluso es más probable lo contrario, que haya oportunismo y que todo montaje de comercio relacionado con él actúe dentro de márgenes más o menos ilícitos. Sumas colosales de dinero, capital especulativo, inversiones, carencias de inspección han determinado que todo sea un cúmulo de anormalidades, irregularidades e inmoralidades, y que el arte se convierta en pura y dura moneda (no hay nada que sea más jugoso como la vista de un buen talonario de cheques).

Por consiguiente, como el precio está lejos de basarse en lo que es justo o injusto –en este caso no hay teoría del valor que valga-, no está sujeto a ninguna regulación y es totalmente manipulable, llegando a extremos tan nauseabundos como el referido a los fondos del legado de Rothko que los tres administradores del mismo –Reis a sueldo de la Marlborough, Stamos, contratado por ella, y Levine- convinieron en venderlos a esta firma por una suma global de un millón ochocientas mil dólares cuando su valoración estaba cifrada en treinta y dos millones.

Llevado el asunto a juicio por los dos hijos del pintor por conducta inmoral y conspiración para defraudar, la sentencia dictada, además de anular los contratos con la Marlborough de Frank Lloyd, les condenó a todos al pago de una indemnización de nueve millones de dólares por daños y perjuicios y a las costas.

Se esperaba que a partir de entonces las cosas cambiarían en el conjunto del sistema, pero pasada la euforia e histeria depurativas, los mismos volvieron a hacer exactamente lo mismo que habían hecho antes, tal vez, al principio, con un poco más de cautela, si bien manteniendo las mismas mentiras y engaños. En conclusión, hay que andarse con ojo y atento a que los farsantes siempre van de farol.

Gregorio Vigil-Escalera

Miembro de las Asociaciones Internacional y Española de  Críticos de Arte (AICA/AECA)