Don Erre que Erre. Fernando González

Se acaban de cumplir treinta años desde que Paco Martínez Soria, el genial cómico aragonés, abandonara el mundo de los vivos. Tanto tiempo después, en la farándula política madrileña, le ha salido un imitador. En muy pocas líneas les desvelaré la identidad de tal personaje. Martínez Soria dejó en la memoria popular un ramillete de películas amables y risueñas, que se siguen reponiendo en TV, y muchas divertidas veladas de buen teatro en los escenarios más castizos de Madrid. Le recordamos con cariño en estos años difíciles de penurias y miserias, malos tiempos que él hubiera endulzado con sus humoradas y chascarrillos. Aquel actor carismático bordaba el papel de paisano tozudo y pueblerino que destilaba humanidad, sensatez y sentido común. Quién no recuerda “La ciudad no es para mí”, “Hay que educar a los hijos”, “Se armó el Belén”, “El padre de la criatura”, “El turismo es un gran invento”, “La tía de Carlos” y tantas otras. Yo me quedo con “Don Erre que Erre”. Paco Martínez Soria hubiera representado divinamente aquella historieta del baturro que andaba cansinamente por la vía del tren sin inmutarse por nada. Una tarde escuchó el silbato de la locomotora y exclamó: “pita, pita, que como no te apartes tú”. Se han caído muchas hojas del calendario y repentinamente, mire usted por dónde, el bueno de Martínez Soria ha heredado una competencia inesperada: don Ignacio González.

El Presidente de la Comunidad se ha reencarnado en don Erre que Erre y parece encantado de desempeñarse con aquella testarudez infinita, incapaz de apearse de la burra de sus prejuicios ideológicos, ajeno a los bocinazos de los sectores sociales disconformes con sus decisiones y su talante autoritario. Las calles de Madrid se han cuajado de batas blancas y facultativos sanitarios contrarios a sus afanes privatizadores, pero él continua caminando como don Erre que Erre. Las organizaciones profesionales y los sindicatos mayoritarios le han puesto sobre la mesa alternativas presupuestarias, protocolos más ajustados a la realidad actual y planes de ahorro asumibles por todos los afectados, pero nada contenta al Presidente. Privatizar la gestión de hospitales y ambulatorios es la única solución que maneja González, aunque no termine por explicar claramente cómo se apañaran las compañías privadas para recortar el costo de la sanidad, pagar los alquileres de las dependencias y obtener los beneficios que se esperan en cualquier negocio.

Ignacio González es un auténtico cruzado del liberalismo más cabezón. Pronto tendremos una sanidad pública privatizada para los pacientes malitos y otra sanidad pública para los enfermos más graves, una dualidad que también pretende establecer en la enseñanza. Nos presenta la libre elección de centros escolares como una conquista ciudadana,  pero los expertos en la materia nos pronostican que habrá escuelas públicas para los niños con problemas de aprendizaje o de adaptación y colegios concertados para todos los demás. Cuando Paco Martínez Soria se convertía en don Erre que Erre provocaba la carcajada general, cuando don Ignacio González se trasforma en don Erre que Erre no tiene ninguna gracia.