EL PACTO DE NUNCA ACABAR
Un gran pacto social, como los de la Moncloa, es lo que parece demandar la sociedad española ante la gravedad de la situación. Eso al menos es lo que solicitan partidos políticos, agentes sociales e instituciones de diverso tipo y confirman los estudios demoscópicos ofrecidos en diversos medios de comunicación. Es más, algunos «ilustres opinadores» señalan al Rey como el líder adecuado para asumir la dirección de este nuevo clavo ardiendo al que pretende asirse la ciudadanía para evitar la caída en las arenas movedizas de la intervención. No obstante, sino de iure si de facto España está vigilada-intervenida por unas instancias europeas que piden al Gobierno de MR que apriete las tuercas de la reforma laboral, en pensiones y en Educación.
La UE, liderada hasta ahora de forma incontestable por la Alemania de Ángela Merkel está instalada en el «ascetismo secular», identificado por Max Weber como el motor del capitalismo industrial. En la sociedad del consumo y la información, es un planteamiento obsoleto que entorpece, de forma grave, el desarrollo económico, como se está comprobando por la crisis que afecta, ya de forma generalizada, a la Eurozona. El ahora llamado «austericidio» empieza a concitar rechazos. Sin embargo, conviene matizar: los gobiernos (España, Portugal, Italia, incluso Francia) lo hacen con la boca pequeña y no se atreven, de forma clara y directa, a plantar cara a la «canciller de hierro»; los movimientos populares ─por mucho que se hable de antisistema─ no rechazan el modelo, sino el haber sido expulsados, de forma violenta y sorpresiva, del mismo. El registro histórico, hasta ahora, nos muestra que las masas de desarraigados por las crisis del capitalismo en Europa, desembocan antes en la contrarrevolución fascista que en una utopía socialista. Por el momento, el ascenso del anti europeísmo y las actitudes xenófobas así lo atestiguan.
Ante este panorama el pacto será tan necesario como urgente, pero los protagonistas no parecen los adecuados: El Rey tiene la estimación popular por los suelos y la actuación de su familia y consejeros más parece movida por furibundos partidarios de la III República que por esforzados vigilantes en la permanencia de la institución monárquica. De los políticos poco bueno puede decirse: a pulso se han ganado el desafecto popular y son considerados como uno de los principales problemas de la sociedad española. De este descalabro tampoco se libran sindicatos y empresarios. En situaciones como la actual se comprueba que este país nunca ha tenido una clase dirigente que haya respondido a su misión histórica y a su liderazgo social: desde los tiempos de Viriato se ha dedicado al dolce far niente, confirmado por el interminable número del golpes de Estado llevados a cabo por los militares, el único grupo social mínimamente cohesionado a lo largo del tiempo.
Puede que el pacto sea tan necesario como difícil de alcanzar, pero las medidas tomadas, tanto las iniciadas por ZP como las continuadas con saña por MR, no mueven a la esperanza: en un mundo globalizado y dominado por el la información y el conocimiento se opta por el mecanismo de la devaluación interna, centrada en la reforma laboral, con la precarización generalizada, y la disminución de salarios. Los recortes en Educación y en I+D+i son toda una apuesta, tan fácil como inoperante, que asume para la economía de este país un papel subalterno en una Unión Europea que parece adjurar de la idea de sus fundadores de espacio común, para convertirse, en el mejor de los casos, en una zona de libre comercio, donde dominen los intereses de la «racionalidad» de beneficio, caiga quien caiga.
Así las cosas, y sin creer en los milagros, es de esperar que con o sin pacto los dirigentes políticos y sociales aparquen por un momento sus particulares prioridades para centrarse en el interés general y que alguna vez pueda cumplirse lo que Walter Benjamín dijo al comienzo del nazismo: Sólo gracias a aquellos sin esperanza nos es dada la esperanza.