Al arte siempre le toca jugar con la más gorda

  A Ester

El tan adorado y venerado Kant (1704/1804) no veía, ni miraba ni contemplaba, solamente escribía y leía. Pero sus ideas estéticas, sus conceptos teóricos apriorísticos, fruto en su mayoría de la intuición, marcarían el paso  del arte en los siguientes siglos. Su legislatura fue el foco de estudiosos, hermeneutas, exégetas e historiadores, ya sea para aplaudirlo, discutirlo o hacerle la crítica de sus postulados. Claro que con la ampliación del arte y su mayor visibilidad fue dejado de lado a medida del transcurso del tiempo, no sin que de vez en cuando se le cite y se reivindique su memoria y su condición de precursor.

Uno de los que años después le salió al encuentro fue Karl Jaspers (1883/1969) ya en el siglo XX, para sostener que “ninguna teoría capta como ciencia qué es propiamente la realidad del arte; es decir, lo que arte se experimenta y produce como verdad”. Además de ello y aprovechándonos de una de sus expresiones, entendemos que el arte queda sin cerrar para nosotros y nos arrastra por todos lados hacia lo ilimitado. Lo que no obsta para que quede siempre como un ser determinado que nos viene al encuentro. Así que vivir artísticamente es inseparable del carácter que el arte desea sin restricción.

Sin embargo, en el ámbito de esta materia se fueron sucediendo especialmente a partir de los años cincuenta del pasado siglo, día tras día y noche tras noche, una diversidad de enfoques y planteamientos tal que si se hubiese abierto un coto de caza: desde que la obra de arte es una metáfora viva sustentada en un hondo pensamiento personal hasta que esta última crea una nueva realidad más que repetir una realidad prosaica, teniendo por ello un alcance no sólo estético sino también ontológico.

Todo lo cual nos conduce a que lo evidente es que la búsqueda de la idea  y práctica del arte se lleva a efecto mediante el pensar, aunque el ambicioso y totalitario Heidegger se preguntara:

¿”En qué remolino metafísico apareció la tendencia a tomar la vía lógica de pensar como la única vía estricta”?

Por si acaso Braque decía: “tiendo a la nada, es decir, a la aniquilación de un objeto para llegar al objeto mismo”. ¿Pero que quedaría de una obra de arte a la que se le ha suprimido el sentimiento, el estado de ánimo, la subjetividad emocional? Apurando mucho, podríamos significar que los anchos espacios artísticos habrían de recorrerse más en el espíritu que en la realidad.

En todo caso, oigamos por último lo que nos advierte Valle-Inclán:

“Cada mirada apenas tiende un camino de conocimiento a través de la esfera que se cierra en torno de todas las cosas….”

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)