¡Qué alardes para nada!

Que lo conceptual, de una forma u otra, es un nuevo croquis mayoritario “visual” e intelectual en el arte actual no es ninguna novedad, es más, sigue plasmándose desde un maximalismo que ya simplemente incurre en lo dogmático y además es el refugio ideal para la simulación y el engaño, la indeterminación y hasta la patochada. Incluso si se pregunta a la obra en concreto, ésta se incomoda y nos reprocha que no nos atengamos a sus propios términos.

Pero también mucha de la reciente figuración presume de lo mismo, añadiendo que ella va más allá de ese enjuague de entelequias y batiburrillo de materiales, signos y palabras, pues al fin y al cabo se acabaron las vanguardias y ahora no rigen ni la modernidad ni el progreso, que acabaron por irse al traste. Lo que omiten, no obstante, es que existen fidelidades lingüísticas, estéticas e ideológicas que no se borran de un plumazo dado que en el fondo siempre está latente el compromiso con el arte.

La conclusión, que en su día estuvo de moda, de que lo informal y abstracto eran sinónimos de una vía de progreso – ¿hacia dónde? – mientras lo figurativo era una manifestación conservadora y de segunda división, está en estos momentos fuera de juego. Y está en fuera de juego porque de lo que se trata es dar un amplio desarrollo –no postmoderno, que ya apesta- a los espacios de creación, continuar configurando la especificidad operativa del arte y con ello la mejora constante del ámbito cultural en una perspectiva global (remontándonos más lejos, ahí estaba Pérez de Moya, en tiempos de Felipe IV, que se entusiasmaba con la capacidad ilimitada de progreso que encerraba el arte).

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)