Ya no sabemos que hacer
En estos tiempos de tinieblas -¡vaya con la luz!- los monstruos que albergamos nos salen al encuentro al doblar cada esquina. Y muchos de ellos salen de visita o en busca de víctimas a través del arte, y, en el caso que nos ocupa, de la pintura.
Porque si la realidad es triste, el padecimiento que provoca nos puede llevar al delirio o la locura, que no son rasgos dañinos, más bien necesarios, si se sufren o se gozan en silencio por medio de la penetración en un mundo plástico en que el desahogo de las verdades sea tanto una visión personal como colectiva, unilateral como universal.
Sin embargo, hay ocasiones en que la acción pasa de la imaginación y el pensamiento a una reacción incontrolada, como es el caso, en 1982, de Keler, un maníaco depresivo, que atentó contra un cuadro, óleo de 17 metros cuadrados, del norteamericano Barnett Newman, de título “Quién teme al rojo, amarillo y azul”, dejando después junto a él una nota en la que había escrito: “Quien no lo entienda, deberá pagar por ello. Una pequeña contribución a la limpieza”.
En 1986 un holandés también la tomó con la tercera versión de este mismo cuadro, rajándolo de un extremo al otro, por el simple y estrafalario motivo de que era un ardiente y fanático seguidor del realismo mágico. Acto que volvió a repetir once años más tarde con otro lienzo, “Cátedra”, del mismo autor.
Lo más extraordinario, por último, sea lo que ocurrió con un retrato femenino de Boucher en 1912. Una costurera parisina sobrepuso con tinta roja el color de los ojos, la nariz y la boca. Las razones para tal desaguisado no pueden venir más a cuento en estos momentos: el paro, el hambre y la desesperación. Un estropicio que para ella merecería la pena si suponía su salvación y salida de la miseria.
Gregorio Vigil-Escalera
DE las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)