¡Ya está bien!
Todos los que aquí vivimos nos vemos obligados a girar y girar en el carrusel secesionista. Sentados en los balancines del cacharro, mareados hasta el vómito, hartos y aburridos, estamos perdiendo la perspectiva de aquello que nos rodea. Resulta enojoso que se hayan apoderado de nuestro presente y que todo un país se mueva al ritmo que marcan unos pocos. Los hechos que acontecen en otros puntos del territorio no son más que menudencias anecdóticas. Lo único fundamental y transcendente de todo lo que sucede en España, se fecha diariamente en Cataluña. La actualidad nacional se resume cada día, desde hace ya demasiado tiempo, en la crónica repetida de las maniobras estratégicas de una camorra de iluminados. El resto de la ciudadanía se ha convertido en un elenco de figurantes sin protagonismo alguno.
Cada mañana, puntualmente, los medios de comunicación nos cantan las mismas mañanitas catalanas, sin pausa ni demora, convirtiendo el resto de noticias en una morralla complementaria que se narra por compromiso. Aquí y ahora solo parece importante aquello que van urdiendo los dichosos separatistas y sus equipos de agitación política. Los problemas que padecemos todos los nacionales apenas cuentan y sólo se habla de las proclamas de una minoría de antiguallas escapadas del diván polvoriento de la historia. Todo lo demás se desdibuja o se empaqueta en cualquier rincón de las redes sociales, como si la inmensa mayoría de los españoles nos hubiéramos convertido en seres invisibles. Así las cosas, lamentablemente todos nuestros sinsabores han pasado a un segundo plano.
El foco catalán solo ilumina una parte muy pequeña del escenario y todo lo que queda del círculo de luz se observa en la penumbra. En esa oscuridad inquietante apenas se vislumbran la marginalidad en la que sobreviven millones de compatriotas, la pobreza infantil en los sectores sociales más desfavorecidos, la creciente desigualdad social, el evidente deterioro de los servicios asistenciales, la desesperanza de los parados de larga duración, la precariedad del empleo juvenil y la fragilidad de la recuperación económica. Si la llamada cuestión catalana opaca lo más próximo, también nos oculta la gravísima crisis migratoria que se desarrolla en Europa, la reaparición de movimientos xenófobos y fascistas en nuestro entorno geográfico y la desestabilización geopolítica que los islamistas radicales están provocando en medio mundo. Lanzado el órdago esperado, que no será el último, ya tenemos argumento para acrecentar el debate insoportable que venimos padeciendo. Convertidos los cuarenta y cinco millones de españoles en comparsas de una mascarada insoportable, mucho me temo que aún nos queda por soportar algunos episodios más. ¡Ya está bien!