Y (Pablo) descendió de los cielos
Como escribe Jorge Bustos en El Mundo, “Pablo Manuel Iglesias Turrión nunca será un gestor y nunca dejará de ser un líder”. Ambas cosas las ha demostrado el jefe de Podemos. Probablemente harto de las mieles del poder y hastiado de que nadie en el Gobierno secundara sus reiterados intentos de desestabilizar las instituciones del Estado desde dentro pueden ser también razones de su vuelta a Vallecas. Sea por eso, o por la jugada de Ayuso, como nos quiere hacer creer, en la Moncloa se respira tranquilidad desde el anuncio.
Recogiendo la idea de Bustos, la dualidad de Pablo Iglesias puede que le haya hecho verse en el espejo y contemplar la cruda realidad: no está dotado para la gestión. Al mismo tiempo, sin embargo, su vanidad no podía soportar que en la Villa y Corte hubiera alguien con tanto o más carisma que él. Y por eso ha decidido sacrificarse para salvarnos a todos los madrileños. Pablo e Isabel se han inmolado para redimir al pueblo de Madrid: la una, convocando elecciones; el otro dándole la réplica.
En efecto. De un negativo sale un positivo. Isabel y Pablo, o Pablo e Isabel, que tanto montan. Se parecen demasiado. Tanto se parecen que nacieron el mismo día, mismo mes y mismo año. 17 de octubre de 1978. ¿Alguien puede dar más?
Estaban predestinados a un choque frontal. Como gestores los dos han demostrado su incapacidad. Cómo líderes no tienen paragón. Gusten o no gusten y le pese a quien le pese.
Por hacer memoria, desde los tiempos de Leguina y Gallardón no ha habido en la Comunidad de Madrid un nivel intelectual que pueda tenerse como referencia. Después de ellos, solo llegó la nada y el populismo que inauguró Esperanza Aguirre.
La lideresa no encontró entonces la horma de su zapato. Lo de ahora va a ser otra cosa.
Hoy, Isabel Díaz Ayuso, la nueva Agustina de Aragón, se va a encontrar con la reencarnación de Durruti. El espectáculo -lamentable, ya lo vislumbro- nos va a sonrojar todavía más a los madrileños. Más de lo que ya estamos. Para nuestra vergüenza, no nos van a defraudar porque cada cual cree estar ungido por el dedo de su dios. Solo Díaz Ayuso tiene un ego tan subido como el de Iglesias Turrión.
Si nos remontamos pocos años atrás, en 2014 -Asamblea de Podemos en Vistalegre-, Pablo Iglesias resucitaba una antigua cita de Karl Marx: “El cielo no se toma por consenso, se toma por asalto”. Lo cierto es que no hubo ningún asalto y, sin embargo, sí un postrero consenso para llegar al mismísimo cielo de la Moncloa. Más que consenso, hubo conveniencia. Durante su estancia a la izquierda del trono celestial ha tenido sus más y sus menos con los apóstoles de Pedro. Quién sabe si eso también, además del arreón de Isabel Díaz Ayuso, ha sido determinante para que Pablo Iglesias decidiera volver a la tierra para su sagrada misión. Sin túnica blanca pero con ese halo de abnegado sufrimiento solo propio de los elegidos -o de los que se creen que lo son-, Pablo pretende llevarnos a la Tierra Prometida.
El idus de marzo será recordado por el día en que Pablo Iglesias descendió de los cielos que nunca llegó a asaltar para enfrentarse a quien nunca llegará a ellos. Los dos son demasiado terrenales.
¡Qué Dios se apiade de nosotros y nos coja confesados!