(XI)

Fco.Tomás M.
Era alto, delgado, usaba gafas de pasta grandes, su dentadura era prominente y todo el mundo coincidía en que era feo a rabiar. Su trabajo como informático en la Administración no le permitía ahorrar pero su ausencia de cargas familiares le hacían un treintañero sin necesidades, que se podía permitir ciertos lujos. Joselyn era la típica caribeña de caderas anchas, ojos grandes, escote de vértigo y sonrisa irresistible. Fue cayendo en sus redes y se casó en el Juzgado en tiempo récord. Entre lágrimas y sollozos, Jocelyn se trajo a su familia para vivir en Madrid con ellos. En dos años, parecía mucho mayor, menos alto, menos delgado, sus gafas ya no llamaban la atención, sus dientes empezaban a escasear y seguía siendo feo a rabiar. No podía permitirse ni un capricho e, incluso, pasaba alguna necesidad pero se confesaba “feliz”.
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Nevaba ligeramente y los copos parecían decorar unas calles grises sin rastros de vida. La luz de una farola parpadeaba incesantemente, mientras se oían, muy lejanos, los escasos vehículos que circulaban en la glorieta cercana. Bajo los plásticos y los cartones húmedos, dormía ebria una mujer casi tan joven, que parecía imposible imaginarla en esa situación. No sentía frío, la humedad no calaba en sus huesos y ni la luz parpadeante ni los ruidos parecían perturbar su sueño. En él, era una niña que jugaba alegre con su padre y se ensimismaba con sus cuentos. Luego, como con un crujido de alma, se veía sumergida en una espiral de vicios y degradación del que supo como entrar pero no vislumbró como salir. Tiene casi 20 años y ya estaba cansada de vivir.
No supo encarrilar su vida y no tenía intención de desviarse del camino hacia la nada. En algún lugar de su alma, se pregunta todavía como pudo traicionar a su familia, pero ni una sombra de arrepentimiento caía de sus ojos en forma de lágrima cristalina. Hay quien asegura que nunca tuvo el corazón sensible ni el alma blanca y que apostó todo a su belleza para perder jugada tras jugada contra el destino. (ftm)
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Paseaba con su manojo de globos intentado ganarse la vida. No conseguía vender ni uno. Vio a un chaval sentado en los escalones de un acceso al parque con un cigarrillo en la mano y mirando al horizonte.
– ¿Problemas?, le preguntó.
–Bueno, más bien tristeza, contestó.
El globero se encendió un pitillo, que guardaba en un bolsillo y al que sólo le quedaba la mitad, y le dijo: “El alma de los hombres está llena de globos de colores. Están desinflados y cada color se relaciona con una emoción. Cuando alguien nos hace daño, el globo de ese color se va inflando poco a poco hasta hacernos mucho más daño. Tenemos la sensación de no poder respirar. Queremos morir pero… sólo
hay que tener paciencia porque el tiempo, como con cualquier globo, lo va desinflando poco a poco y volvemos a respirar sin dolor. Eso sí, el globo permanece en el alma a la esperar de volverse a hinchar. Así es la vida, chaval.”
El joven se quedó pensando y el vendedor de globos apagó su cigarrillo totalmente quemado, se colocó su pelo canoso pasándose la mano a modo de peine y se dispuso a vender sus globitos de colores o…. a poner bálsamo en el espíritu de algún otro joven.