¡Viva el Gobierno! (Y los periodistas)
Mis plumas no evitan que se note el sonrojo y la perturbación que siento cada vez que veo una de las interminables ruedas de prensa desde la Moncloa. Sobre todo las que vienen ofreciendo el presidente Pedro Sánchez y la ministra portavoz, María Jesús Montero. Solo hay verborrea. Mucha verborrea, circunloquios, subordinaciones, perífrasis y más verborrea para que no nos enteremos de nada. Hasta el “rey perifrástico” de los 80 y 90, Josep Borrell, debe estar escandalizado.
Salvo los desaparecidos ministros de Universidades, Manuel Castells; de Ciencia, Pedro Duque; de Exteriores, María Aránzazu González Laya; de Industria, Reyes Maroto; y los de Cultura, Política Territorial y Agricultura -que ya ni me acuerdo ni cómo se llaman-, los demás están bien aleccionados por Iván Redondo. Esto es, que los periodistas pregunten lo que quieran, que ellos responderán lo que les dé la gana o lo que les haya dicho que digan el gurú de la Moncloa. Menos la titular de Trabajo, Yolanda Díaz, que va por libre: que los periodistas pregunten lo que quieran, que ella responderá como pueda. Da hasta ternura verla como se mete en los jardines dialécticos y dan ganas de ayudarla a salir de ellos.
Lo de Sánchez y Montero es de Champions League. Son los reyes de la demagogia. Con independencia del artificioso y cargante desdoblamiento del lenguaje -ya hablaremos de ello otro día-, los dos tienen la capacidad de marear al más pintado con alocuciones enormemente largas para distraer y, en realidad, evitar respuestas a preguntas -algunas veces, las menos- incómodas que les plantean los periodistas. El presidente ha ido adquiriendo un tono plano, de adormidera, que no hay quien lo aguante. En su intento por transmitir la pena que le da la situación, el que acaba dando pena es él. Hagamos el ejercicio de abstraernos de la tragedia: soportar una rueda de prensa de casi dos horas, plana y monocorde y carente de “transmisión” como las que da, no hace más que revelar que todo está estudiado y que no deja de ser una representación -mala- pero representación.
¡Y por el amor de Dios! ¿Pero qué es eso de dar las “gracias por sus preguntas” o “gracias por sus palabras” a los periodistas? No me sean artificiales cuando todos sabemos que están ahí en contra de su voluntad. ¿Pero quién es el artista que les ha obligado a introducir esa coletilla? Aunque en realidad es una técnica para armar la respuesta: se pierden unos segundos y da tiempo a pensar qué decir. Pero resulta feo por reiterativo.
El nombramiento de María Jesús Montero como ministra Portavoz, viéndolo en perspectiva, es razonable. Si exceptuamos al vicepresidente Pablo Iglesias -y cuidado que hay candidatos- no encontraremos en el Gobierno a nadie, pero a nadie, con tanta palabrería superflua como a ella.
Y ese tono… (Ojo que no quiero líos. No confundamos el tono personal con el acento regional). Al menos Pedro Sánchez exhibe -sin volvernos locos- cierta naturalidad. Pero María Jesús Montero… ¡Cielo Santo! Cada intervención suya da la sensación de que recita (mal) de memoria lo aprendido. Sin un atisbo de espontaneidad. Todo artificial. Las vueltas y revueltas con las que nos obsequia en cada contestación son exasperantes. Nunca se vislumbra el final. Es mareante. Muy mareante.
Pero hay algo en su discurso que me solivianta más: lo mal hablada que es. Una persona con carrera universitaria, que ha ocupado y ocupa importantes cargos políticos y de gestión debe cuidar su exposición en público. Da igual que se sea de Cuenca, Lugo, Tarragona o Valladolid. En una charla de taberna puede pasar, pero en sede presidencial o parlamentaria me da que no. Es imperdonable que alguien con su formación académica y profesional como la que tiene Montero no sea capaz de utilizar correctamente los participios verbales. En una de sus últimas ruedas de prensa, en apenas dos minutos y medio, vertió lo siguiente: “diputaos”, “aproximao”, “avanzao”, “explicao” y “resultao”. En dos minutos y medio. Imagina lector el resto de la hora y media. Es inadmisible. Pero es que, incluso, da la impresión, de que lo hace aposta. Lo que es imperdonable. Y todo ello en medio del raca raca de la verborrea a cada respuesta a los periodistas.
Estos, los “plumillas”, también tienen lo suyo.
Al principio se quejaban, y con razón, de las cortapisas que les ponía el ínclito Miguel Ángel Oliver a la hora de preguntar. Desde que pueden plantear sus cuestiones a través de internet y, últimamente, también de manera presencial en la sala de prensa de la Moncloa, bien parece que lo que pretenden es la exhibición. Como se retransmite en directo quieren tener su minuto -o más- de gloria para que les vean mamá y papá en casa.
Pero vamos a ver, hijitos periodistas… y ahora os hablo directamente: si lo he visto yo, con mayor motivo lo tenéis y debéis ver vosotros que es vuestro oficio. Hemos quedado en que el presi y la portavoz son demagogos hasta el infinito y lo sabéis. Y me constan las dificultades de estas coberturas en situaciones extremas como estas. Pero si conocéis que la verborrea es la principal arma del Gobierno, no le hagáis dos, tres y hasta cuatro preguntas a la vez. ¡Una y concreta! De este modo tendrán menos opciones de enredar. Y de enredarnos. No les deis opción a distraer la atención y a que tengan tiempo a rebuscar respuestas vacías. Que en esto han aprendido mucho y bien y a los “plumillas” parece que se os ha olvidado preguntar.
Eso sí, tan contentos porque os ven en casa y os reconocen los vecinos.
¡Viva el Gobierno y los periodistas!