VETERANOS EN MADRID Por Teófilo Ruiz
Cuando todo parecía indicar que el vendaval de la crisis económica, unido a la riada de la corrupción, iba a acabar con cuanto tuviera relación con la vieja política, vemos que las cosas no son tan simples: en Madrid, para las elecciones municipales y autonómicas, los candidatos más destacados, y con más posibilidades, son casi todos ilustres veteranos. Este es el caso de Esperanza Aguirre, Manuela Carmena o Ángel Gabilondo. Con menos edad, pero con parecidas intenciones habría que sumar a Luis García Montero.
Desde la sorprendente eclosión del movimiento 15-M, numerosos grupos de distinta procedencia han ido confluyendo para tratar de lograr que una realidad no razonable ―paro juvenil insoportable, sueldos insuficientes, pobreza energética o, sobre todo, desahucios inhumanos― sea alterada hasta conseguir que se parezca bastante a lo razonable. La marea de indignación resultante ha sido capitalizada, casi en exclusiva, por la astucia del núcleo dirigente de PODEMOS que ha arremetido contra el «régimen del 78» como el causante de todos los males patrios, aunque su posicionamiento ha sido tan lábil como las circunstancias (y los sondeos de opinión) así lo iban exigiendo. En cualquier caso, la política analógica, con sus mítines y pegada de carteles, daba paso a la actividad desenfrenada de las redes sociales, a la política digital; lo nuevo arrollando a lo viejo, a lo gastado por el uso y el abuso.
La nominación de Esperanza Aguirre a la alcaldía de Madrid ha sido precedida de una hábil ―al conseguir su objetivo― autopromoción que ha mezclado la más servil pleitesía al líder de su partido con provocadoras (y calculadas) salidas de tono ante la certeza de que el Partido Popular no disponía de una oferta mejor, si su objetivo es seguir al frente del ayuntamiento de la capital. Esta «duquesa del pueblo» más que una opción de experiencia y capacidad en el manejo de la cosa pública―Gurtel, Púnica, privatizaciones―, es la actualización del populismo que hunde sus raíces en «casticismo» madrileño del «¡vivan las caenas!».
Manuela Carmena, una juez de admirable trayectoria, entra en la arena política por un imperativo ético, ante el malestar que puede sentir frente a una sociedad llevada al borde del precipicio por las fechorías de una clase dirigente que ha utilizado el sistema democrático consensuado por los españoles en 1978 para su exclusivo provecho, sin el más mínimo pudor. Tiene que superar un proceso de primarias pero, a riesgo de incurrir en error, puede avanzarse que en PODEMOS ya han analizado que es la opción que les garantiza más posibilidades. Caso contrario no estaría en los puestos de salida.
Ángel Gabilondo ha llegado a la candidatura del PSOE para la Comunidad tras un tortuoso proceso en el que quedó defenestrado Tomás Gómez, al que se le auguraban más que negros resultados. Este catedrático de Filosofía pudo pasar a la historia como el ministro que había logrado una ley de Educación consensuada, pero los intereses electorales del PP lo frustraron. Su seriedad y coherencia se da de bruces con las condiciones que se requieren según los parámetros del marketing político. En cierto modo se ha apostado por volver la vista atrás y tratar de reeditar la figura del «viejo profesor» que también encarnara Tierno Galván.
Luis García Montero («Porque sé que los sueños se corrompen, he dejado los sueños...») quiere intentar que el sueño de justicia e igualdad que plantea Izquierda Unida no se diluya y se corrompa como una flor pisada. Tarea difícil. IU ha entrado en un proceso de autodestrucción que parece imparable y el caso de Madrid es paradigmático: los candidatos elegidos para la Comunidad y el ayuntamiento se han marchado ante su insistente pretensión de integrarse con PODEMOS.
Sostiene el maestro Manuel Alcántara que «por el tiempo no pasan los años» y su víctima propiciatoria es la juventud. En este agitado año electoral la apuesta de los partidos emergentes es por la gente nueva, mayoritariamente joven. Madrid vuelve a ser un caso aislado y se apuesta por veteranos. En este caso la renovación que se pretende viene por el lado de la experiencia y la seriedad. Está por ver si es suficiente para superar al «casticismo» de un pueblo que en los momentos históricos ha sido capaz de lo mejor, pero también de lo peor.