Veo un pene y un becerro y salgo corriendo

Verán, Jeff Koons se pone las botas con su obra “Exaltación”, un primer plano fotorrealista a gran escala de la cara de Ilona Staller, su exesposa, salpicado de semen y el pene de él. Damian Hirst se las pone más todavía con su “Por amor de Dios”, un cráneo de platino tachonado con 8601 diamantes -100 millones de dólares de precio de salida-, y su “Becerro de oro”, un toro en formaldehido con cuernos y pezuñas de oro macizo -18,6 millones de dólares-. Es así, según confiesa reiteradamente este último, como el arte se ocupa de la vida (¿?) y el mundo del arte.

Andrea Fraser, para poner de manifiesto lo que es vender algo que puede ser una parte íntima del artista, sus deseos, sus fantasías, sus angustias, etc., para el placer de los observadores, realizó un vídeo de sesenta minutos manteniendo relaciones sexuales en una habitación de hotel con el coleccionista que pagó previamente la producción –unos 20.000 dólares-. Al final fue barato o caro según el baremo erótico del beneficiado una vez acabado el acto. En lo que a mí respecta, excesivo. 

En cada uno de estos supuestos se preguntarán ¿hay alegoría, parodia, ironía, arte, ganas de joder el discurso dominante, provocación, descaro, ideas, especulaciones? ¿Son auténticas, viscerales, estéticas, emocionales, celebratorias y creativas? ¿O son unas experiencias meramente visuales sensacionalistas, escandalosas y espectaculares?

Como no quiero acotar con muertos –tengo tantos ya que sólo falto yo y no me caben en la tumba-, me remito a la sentencia de Demetrio Paparoni: “lo que nace con la intención de ser actual, envejece, mientras que la edad de lo que es ajeno al concepto de actualidad, permanece inalterado”. Santo y seña. ¿O es que el arte contemporáneo es una estafa que engaña por su petulancia?

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)