Veinte preguntas. Fernando González

Aunque nunca haya sabido muy bien de qué va Rosa Díez y su miscelánea  política llamada Unión, Progreso y Democracia, debo reconocer que lo más útil que se escuchó en la comparecencia de Rajoy fue el cuestionario que Díez le planteó al Presidente. Veinte preguntas puntuales e incisivas, expuestas con una claridad meridiana, sobre las peligrosas relaciones de Rajoy con Bárcenas y las maniobras contables y financieras del que fuera gerente y tesorero del Partido Popular. Un resumen completísimo de todo aquello que los ciudadanos más comprometidos quieren saber sobre este asunto desde que se publicaron los apuntes manuscritos del imputado más lenguaraz de España.

Rajoy desplego una oratoria brillante, apoyada siempre en una gestualidad convincente, manejó divinamente el argumentario ideado por sus estrategas y se fajó como convenía en el cuerpo a cuerpo con la oposición mayoritaria. Lo hizo tan bien que acertó ignorando olímpicamente la intervención más comprometedora de toda la sesión. Y allí quedaron, flotando en la densa atmósfera del Senado, las dudas de Rosa Díez, tan ajustadas como eran a los puntos más oscuros de la triste historia que nos ocupa, sin que Mariano Rajoy las contestara.

Algunos portavoces volvieron al desgastado discurso de la corrupción rampante y la financiación fraudulenta de los partidos, lacras insoportables sin atajarse que envilecen la democracia y dinamitan la confianza popular que sustenta el sistema, pero de lo que se trataba en esta ocasión era de plantear, precisamente,  las veinte preguntas redactadas por el grupo parlamentario  de UPyD. Si se hubieran despejado,  sabríamos ya como se articulaban las cuentas de PP en el despacho de Bárcenas, si este sujeto blanqueaba el presunto dinero negro que le aportaban clandestinamente y lo blanqueaba después para ingresarlo en los balances legales del partido, si de los fondos acumulados salían los supuestos sobresueldos con los que se compensaba a los dirigentes más próximos o se complementaban los salarios de los altos cargos gubernamentales, qué tipo de compromisos adquiridos justificaban que Bárcenas continuara cobrando la nomina del PP después de abandonar el cargo y la militancia y qué tipo de fidelidades personales justifican un intercambio de llamadas y mensajes de Bárcenas con el mismísimo Presidente del Gobierno de España. Misterios y más misterios  que continúan sin resolverse, preguntas y más preguntas, tan concretas y directas como  las que hizo Rosa Díez, que siguen sin respuesta.

Nadie debe discutirle a Rajoy el derecho a la presunción de inocencia que le ampara y exigirle que demuestre la veracidad de sus afirmaciones, tampoco se debe ocultar el reconocimiento explicito de una equivocación clamorosa en la elección de Bárcenas como persona de confianza. Tiene muchísima razón cuando pide que se le exijan responsabilidades políticas,  si las hubiera, el día que se sustancie el procedimiento judicial abierto, pero los interrogantes relacionados con el devenir de los hechos en la calle Génova y los errores de bulto perpetrados por Mariano Rajoy, como presidente del PP y como máximo responsable del Gobierno, no incriminan al preguntado ni vulneran derecho alguno. Basta con contestarlas.