Una vez acabado mi retrato ya no soy el mismo
Todavía en ciertos lugares del globo creen que al hacerles una imagen de su rostro una parte de su vida se va con ella, lo cual, según Policiano, no es cierto en el caso de la pintura, al considerar que todos los pintores son unos narcisos porque en todo momento se pintan a sí mismos.
No obstante, sin intentar irnos por las ramas, es interesante acudir a lo que Andrea Pinotti señala respecto a que las dos principales leyendas surgidas en torno al nacimiento de la pintura, una nacida de la sombra y otra derivada del espejo, identifican el retrato como el destino más propio de la pintura. Diderot ya decía que no hay un gran pintor que no haya sabido hacer retratos.
Schelling y Hegel lo entendieron como el mayor logro de los géneros pictóricos, incluso este último afirmaba que cuando el retrato estaba logrado no tiene nada que ver con una copia fiel. Una de las razones es que ha de acumular toda la existencia del retratado, todas sus vivencias y experiencias, requisito difícil de conseguir si no hay conocimiento previo y profundo del mismo.
A partir del siglo XX el retrato ha dejado de someterse a cualquier tipo de código o patrón, pasando a ser transgresor, psíquico, innovador, implacable, provocador, en unos casos con unas exigencias plásticas predominantes, en otros simplemente con unas formas descorporeizadas, desespiritualizadas o hasta cruentas, sin rasgos, o con una mínimas facciones, ya modelado o ya escupido, ya fumigado o ya irreverente.
De lo que se trata, en definitiva, es de la escenificación de su magia, de su capacidad para anular los límites entre vida y muerte, entre Eros y Tánatos.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte AICA/AECA)