Una teoría sobre el Atlético de Madrid

El fútbol es una cosa muy seria que obligatoriamente hay que tomarse a broma. O tal vez sea algo irrelevante que hay que elevar a la categoría de sublime. En esencia, el fútbol es un juego de niños que los mayores consumimos con una voracidad cercana a la pornografía. O muchos mayores. Así, por ejemplo, para un atlético como yo, cepa pura, ganarle al Real Madrid tiene el alcance de un sueño húmedo, digamos que es un episodio directamente erótico. Consumado, sin ir más lejos, la noche del último jueves, en el estadio Metropolitano, donde el Atleti ganó en la prórroga por cuatro a dos al Madrid. Es verdad que ahí no nos jugábamos la final de la Champions, que esas son fantasías mayores, pero, caramba, derrotarles en los octavos de final de la Copa del Rey tampoco es asunto menor.

Durante veinte años yo he sido abonado del Atlético. He visto cientos de partidos en las gradas del Calderón, y luego del Metropolitano, pero después de la pandemia me di cuenta de que el fútbol se ve y se disfruta estupendamente en el cuarto de estar, con una cerveza, buena calefacción en invierno o aire acondicionado si la temperatura cambia de signo. Sobre todo si uno no tiene treinta años, sino sesenta. El jueves, sin embargo, mi amigo Santi Riesco, que es un adorable fanático colchonero, me invitó a ver el partido en vivo, y allá que me fui, con bufandas y a lo loco, porque los atléticos a lo loco vivimos mejor. Confieso que durante buena parte del encuentro estuve desbordado por la emoción y por el miedo. Demasiadas sensaciones, quizá, para mi edad, que empieza a ser tardía. Ver un partido en tu estadio, con tu gente, es una aventura espacial y religiosa, pero es también un ejercicio de alto riesgo, con peligro de desbarre anímico o golpe de corazón. Sobre todo si juegas contra el Madrid. Cualquier otro rival no conlleva el mismo peligro, da lo mismo que sea el Barça, el PSG o el City. El Madrid es otra cosa, con el eterno vecino tenemos cuentas pendientes, ganar o perder con él puntúa en otra liga, sentimental y emocional.

Jugamos y ganamos, un derroche de sentimientos y evocaciones en la fría noche de enero. ¿Y después? Después nada, apenas una sensación de alivio. Hace tiempo que comprendí que la victoria tiene menos peso que la derrota. Esto es: el gozo conseguido por el triunfo es mucho más efímero, cual botella de champán que se descorcha, que la tristeza por la derrota. Y eso no solo sucede cuando juegas contra el Madrid, eso es, al menos para mí, una ley general. Uno vive las horas previas a un gran partido, a veces incluso los días, en una atmósfera irreal en la que se juntan los sueños y los temores. Si una vez terminado el partido tu equipo gana, la emoción se torno incontenible, pero eso dura poco o no dura demasiado. Sin embargo, si pierde, la tristeza, lenta, gota a gota, hasta incluso petrificarse, te llena el alma. Yo no me he repuesto aún completamente de las derrotas en la Champions con el Madrid, pero sobre todo me sigue doliendo la noche del 15 de mayo de 1974 cuando el Atleti perdió ante el Bayern de Múnich en la final de la Copa de Europa. Entonces tenía 12 años y tales congojas son una fatalidad que atraviesa la infancia y aún duele cuando se las recuerda en la vejez.

Así que no estoy muy seguro de si volveré a ver un partido contra el Madrid en el Metropolitano; mi corazón, ya terciopelo ajado, quizá no esté para emociones de tan alto calibre, aunque si me vuelve a invitar Santi Riesco, alma de colchonero alborotado, no sabré cómo decirle que no. Sé que mis amigos madridistas no me van a entender, ellos ganan las copas de Europa como el que juega a las chapas, y no entienden de querellas sentimentales. Quisieron los dioses de mi niñez que me aficionara al Atlético y no al Madrid. Ganamos menos, claro que sí, pero nuestro retablo de corazonadas, pasión y maravillas forma parte de un idioma que ellos nunca entenderán. Ni falta que les hace.

Original en elobrero.es

Juan Antonio Tirado, malagueño de la cosecha del 61, escribe en los periódicos desde antes de alcanzar la mayoría de edad, pero su vida profesional ha estado ligada especialmente a la radio y la televisión: primero en Radiocadena Española en Valladolid, y luego en Radio Nacional en Madrid. Desde 1998 forma parte de la plantilla de periodistas del programa de TVE “Informe Semanal”. Es autor de los libros “Lo tuyo no tiene nombre”, “Las noticias en el espejo” y “Siete caras de la Transición”. Aparte de la literatura, su afición más confesable es también una pasión: el Atlético de Madrid.