Un mundo exterior? no lo necesito

¿Como artista –que conste que no estoy en el confesionario-, cuando ejecuto mi obra, me voy separando del mundo, aunque es verdad que él me ha proporcionado la ocasión para emprender la aventura en la que poco a poco me voy abismando. Sí, incluso puedo llegar a embriagarme y considerar que no sólo me satisfago a mí mismo sino a la esencia y autonomía del arte.

¿Ese es el valor supremo del arte? o ¿es un esteticismo que se agota en sí mismo? Reiteramos estos argumentos y damos por sabidas sus respuestas, si bien no despejan incógnitas algunas, pues volvemos siempre a la rueda de la melancolía, el fracaso, el desencuentro, la desolación y hasta la desesperación.

No entendemos, de llegar a producirse, las razones de que el arte no pueda llegar a adentrarse con inteligencia y capacidad de penetración en una realidad, que es cierto que precisa unas claves de descodificación que nos la muestren como ese conjuro de vida y forma, de génesis y creatividad. De lo que se trata no es de alcanzar ese afán de pureza que no deje títere con cabeza, sino, al contrario, de un proceso consecuente que nunca pierda el hilo conductor de las preocupaciones del hombre, desde el pasado hasta el fantasma de un futuro que debería ser lo que ya, seguramente, no será.   

Le Corbusier decía que el hombre en libertad tendía a la geometría pura. Disiento completamente, maestro. La libertad artística rebasa lo que la dogmatiza, es un espíritu en rebeldía constante en consonancia con lo que confluye en su época, porque, no olvidemos, insisto, es que es esta última la que ofrece las múltiples visiones que el artista aprovecha. Que sea después lo esperado puede dar júbilo al día o lamer el culo a la noche.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)