Un ERE en el Cielo

El Papa Mario Bergoglio (simplemente Francisco en la comunicación habitual de la Iglesia Católica) puede decirse que más que apuntar, ya confirma maneras: ha criticado con dureza la ostentación que varios de sus pastores realizan utilizando vehículos de lujo o último modelo; un dolor que hace extensivo al drama de la emigración irregular que, en este caso, ha dejado cientos de muertos en las costas de Italia.

Ante la insoportable situación del IOR, el Banco del Vaticano, envuelto en casos de corrupción y blanqueo de capitales, el Sumo Pontífice decidió cortar por lo sano y poner la reorganización de las finanzas de la Santa Sede en manos del obispo vasco Juan Ignacio Arrieta, miembro del Opus Dei, colmando así una de las aspiraciones más perseguidas por la dirección de la Obra y que tuvo su mayor virulencia en el intento de desplazar al cardenal Marcinkus implicado, entre otros, en el escándalo del Banco Ambrosiano (1982). Esto de «poner orden» en los problemas papales parece que se va a convertir en una especialidad del Opus Dei: el informe sobre el «vatileaks», que tanto afectó a Benedicto XVI, por la traición de su entorno, fue pilotado por el obispo del Opus Dei Julián Herranz, miembro del Pontificio Consejo de los Textos Legislativos.

Coincidiendo con la festividad de San Pedro y San Pablo, el Papa Bergoglio ha tomado dos decisiones de alcance: ha dado a conocer su primera encíclica (Lumen Fidei) y ha decidido elevar a los altares a dos Papas (Juan XIII y Juan Pablo II). En realidad este nuevo pronunciamiento papal se debe casi al completo a Benedicto XVI, como expresamente se reconoce en el propio documento (L F, 7) y es, ante todo, una reflexión doctrinal, ayuna de toda mirada hacia el problemático panorama que la situación socioeconómica del mundo nos presenta, con una afirmación harto dudosa: «la fe enriquece la existencia humana en todas sus dimensiones»(L F, 6). Vistas las acciones emprendidas por la Iglesia Católica en nombre de la «Fe» en el pasado y las que hacen otras confesiones, en el presente, un planteamiento así habrá que aderezarlo con un buen puñado de sal.  Puede que Dios no se haya retirado del mundo, como se dijo ante el desastre del Holocausto, pero su Iglesia, por el momento, parece atareada en otros asuntos.

La decisión de elevar a los altares a dos Papas es un hecho poco habitual. En la extensa nómina de santos se encuentran pocos sumos pontífices. A pesar de contar con el aval del Espíritu Santo en su elección ―al decir de la propia Iglesia― los cardenales han elegido a Vicarios tan poco presentables como Alejandro VI (Borgia) o Pio XII (Pacelli). Y entre los escasos santos a Pio V, el pontífice de Trento, o Pio X, fustigador del modernismo, liberalismo y socialismo.

Con los nuevos nombramientos, el Papa Francisco parece querer contentar a todos: Juan XXIII( Angelo Roncalli) representa la apertura de la Iglesia al mundo, su puesta al día (aggiornamento)  con el Concilio Vaticano II que él convocó y puso en marcha, ante el asombro general. Juan Pablo II (Karol Wojtyla), a pesar de su dominio de los medios y su vocación de espectáculo, representa la vuelta a las esencias del pasado, un retrógado en lo doctrinal que silenció a teólogos críticos y amparó a un pervertido sexual como Marcial Maciel Degollado, fundador de los Legionarios de Cristo. Por contra, Juan Pablo II, en el campo social, tenía planteamientos muy avanzados y al hablar de la «propiedad privada» llegó a señalar que «La tradición cristiana no ha sostenido nunca este derecho absoluto e inviolable. Al contrario, siempre lo ha entendido en el contexto más amplio del derecho común de todos a usar los bienes de la creación entera» (Laborem exercens, 17).

A rebufo de la santificación de dos Papas tan dispares, se ha producido también la beatificación del prelado del Opus Dei Álvaro del Portillo, sucesor de Escrivá de Balaguer, y el reconocimiento como mártires de 42 religiosos asesinados «por odio a la fe» durante la guerra civil española. Todo parece indicar que la Iglesia ha reactivado el mecanismo de la «turbosantidad» (J.Ynfante: El Santo Fundador del Opus Dei), proceso con escaso respeto a las normas y tiempos marcados por la propia institución. Llevada a un plano terrenal, la avalancha de santos y beatos, colocados a la derecha del Padre, va a provocar un problema de espacio que tendrá que ser solucionado en términos parecidos a los de la Reforma laboral: despidos masivos o un ERE que licencie a los más antiguos para dar paso a una nueva hornada de miembros más jóvenes y baratos.