Tuve que salir corriendo

Fue toda una sorpresa. Me hablaron de una acción artística comprometida con la revolución espiritual y con una exaltación de la liberación e integración, en la vida, de la actividad de la función estética. De todas formas, cuando llegué y vi lo que estaba empezando a suceder, me asaltó cierta congoja.

A tres hombres y tres mujeres, enteramente rapados y tatuados, vestidos con mono de presidiario, sentados en el suelo y colocados en círculo sobre un yunque, les estaban remachando con un martillo collares y cadenas en la nuca. El conjunto de los que estábamos allí temblábamos al imaginar lo que pasaría si fallaba alguno de los golpes en los clavos. Por fortuna salieron indemnes, con lo que se dio por finalizada esta primera fase. En la segunda, se animaba al público a injuriarlos, insultarlos, golpearlos, escupirlos y hasta torturarlos incluso.

Los que hacían de carceleros, para quitar hierro al asunto, nos tranquilizaban explicándonos que era una fiesta de condenados, la expresión de un concepto lúdico de infamias, desenmascaramientos, juegos de disfraces y fantoches. Al fin y al cabo, había que considerarlo un “performance” y como tal, un espectáculo.  

Después, esta saturnal del castigo trastocó la dinámica escénica, invitando a los asistentes a ataviar a los condenados con ramilletes de cintas, de flores, de pajas trenzadas o lencería. Una vez acicalados, se levantaban y comenzaban a danzar en corro tal si fuesen nigromantes en un aquelarre.

La suposición básica de la que se partía era que los forzados, a través de esta representación, invertían las premisas convencionales sobre las que se desarrolla la integridad de la moralidad imperante, ya que de lo que se trataba es que el espectador y a la vez participante fuese sintiéndose liberado y sacudido por oleadas de placer y desahogo ante el sufrimiento ajeno y la culpabilidad.

Sin embargo y por si acaso, antes de terminar el acto fui el primero que puse pies en polvorosa, no fuese a recordar uno de los protagonistas la patada en salva sea la parte que le propiné.   No era cuestión de averiguar si se la había tomado en serio. Les advierto que es el riesgo de concurrir a este tipo de galas artísticas.

Gregorio Vigil-Escalera

de las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AECA/AMCA)