Tu producto del super es mi desecho
Situándonos ya en el periodo de la segunda posguerra mundial, las fronteras del arte vuelven a abrirse -la verdad es que nunca estuvieron cerradas- para dar entrada a obras acumuladoras de objetos, trampas mecánicas, basuras carentes de aura -ya sea mágica o depurada o simplemente vulgar-, exageraciones técnicas y un largo etcétera.
Al hilo de ello me viene a la mente Romero Brest, que se atiene a lo dicho y oído: que el arte de una época llega a constituirse con caracteres de estilo cuando se funda en la categoría apriorística de la sensibilidad que le corresponde (¿?) –pues si que vamos bien-, no en la invención caprichosa de un artista, por sensible que éste sea.
Si tomásemos lo precedente en consideración podríamos inferir entonces como hipótesis que los americanos, triunfantes y dueños del mundo, decidiesen, a partir de ese momento y bajo tales premisas, el emprender una práctica artística de apadrinamiento de productos nuevos de fábrica, estandarizados y manufacturados, incluso innovadores y hasta la época desconocidos, así como los contenidos referidos a los medios de comunicación de masas. Todo ello no deja de ser una loa estética e ideológica a unos principios técnicos y económicos, ganadores y rectores de su potencial industrial, alto nivel científico y modo de vida. Tesis impoluta que lo mismo se acuesta con unos que se divorcia de otros.
Pero para estar completa, debemos ironizar con su contrapartida en el ámbito europeo, el cual destruido y arrasado por la contienda bélica, abraza desesperado y exhausto un arte constituido por materiales de desecho, de vertedero y mercadillo -¿había otra cosa?-, de restos y fragmentos rotos, de muladares y sumideros.
Supuestamente, está claro que en ambos supuestos el oficio, el talento y las habilidades ya no eran decisivos y se reemplazaban, fundamentalmente en Estados Unidos, por la información y el conocimiento de la capacidad técnica, lo tecnológico y lo relativo al mercado. En Europa es, por el contrario, el cultivo de una memoria de la barbarie, la pobreza, el descalabro de una humanidad que solamente entiende de desolaciones y exterminios y que vive con la muerte a cuestas.
Para algunos, tales propuestas, que todavía siguen, en una u otra forma, vigentes, es la evidencia de que ciertas corrientes artísticas americanas y europeas no conciben su arte como expresión de emociones y sentimientos, de vivencias y pulsiones, ni siquiera como representación de unos principios universales, aunque así lo hayan pretendido, pues tal expresión queda sustituida por una imparcialidad anónima y una precisión técnica que va de subterfugio en subterfugio, acompañándose de perfumes en unos casos y de malos olores en otros.
Y así lo argumentan, entre otros, los pop, los povera, los neorrealistas, los minimalistas y demás. Si bien los dadaístas no andaban tan lejos y Duchamp mucho más cerca.
Gregorio Vigil-Escalera
(De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte)