Trapiello y el yogur
A veces pienso que el diarista es el carterista de la literatura, o el chulo que saca la navaja de hacer frases y las sirve a la hora de la cena. A veces pienso, yo que solo escribo diarios como apuntes, sin hilván literario, que es diarista quien en literatura no puede ser otra cosa, aquel a quien le falta genio para levantar una novela, erudición para redactar un tratado, cultura e inteligencia para hacer un ensayo, gracia para la poesía o penetración para filosofar. Otras veces pienso que el autor de diarios es el más puro creador literario, el tipo que sabe que su libro no se disputará un sitio entre los más vendidos; incluso quienes le lean con interés le reprocharán su entrega al género y le exigirán una novela; entonces, el pobre diarista dirá que no le interesa la narrativa o argüirá que el diario es una suerte de novela o, quizá, se verá forzado a escribir una novela, salvo que el diarista sea previamente un novelista genial.
Pongamos que el escritor de diarios no sabe escribir novelas, pero da a la imprenta unas primorosas páginas que alimentan a esa minoría de lectores caprichosos, enfermos de literatura, y de vuelta de mil “regentas”, que son los seguidores de diarios. ¿Qué sentido tiene reprochar al pescador de boga que no pesque merluza? Otra cosa sea que la boga llegara a no interesar a nadie y el especialista en su captura quedara reducido a una suerte de virtuoso autista; lo mismo digo del diarista: si lo suyo no es considerado material válido por los lectores, allá él y su editor. Mientras eso no ocurra, bienvenidos sean los diarios, migajas de literatura, bocado para exquisitos.
Me hace gracia que, en esto del diarismo, que está teniendo cierta fortuna, cada uno de los que salta al ruedo sale con sus mandamientos de cómo debe ser el género. Que si un diario se escribe para contar las cosas externas, que si ha de ser íntimo, que si cabe la mentira, que si todo es mentira. Es tan asombroso como si quien tiene un hijo dijera que los niños tienen que ser rubios, de nariz grande y orejas de soplillo, solo porque el suyo le ha salido de esa guisa. Cada uno lleva su diario como lleva su casa: como sabe, como puede, como le da la gana, o todas las cosas y según. Se me ocurre que podríamos fundar el movimiento Dogma de los autores de diarios, a ver si de paso los directores de cine se animaban a llevar a la pantalla, pongo por caso, el Salón de pasos perdidos, del trapecista Trapiello. Porque este pájaro es el protagonista de la columna de hoy. Su caso asombra por lo desmesurado. Empezó a escribir diarios en 1987 cuando era un desconocido en el ruedo literario, en el convencimiento de que esa iba a ser su gran obra. Y lo es. A día de la fecha, ha publicado 24 tomos de sus diarios, unas doce mil páginas, acaso más. Con títulos memorables, por su sustancia y por la sonoridad del título mismo: El tejado de vidrio, Las nubes por dentro, Los caballeros del punto fijo, Quasi una fantasía… Ahora acaba de editar un compendio de ellos titulado Fractal. Y a finales, o a principio, de año, un nuevo volumen.
En el primer tomo, El gato encerrado, Trapiello escribe que “los diarios son a la literatura lo que el yogur a la dieta: un privilegio de las naciones bien alimentadas”. No es mal símil, y a mí me gusta mucho el yogur, en sus diversas variantes y envases, pero, claro, no puede uno alimentarse exclusivamente de yogur, aunque sí puede llevar una maravillosa dieta, mediterránea o atlántica, sin el dichoso yogur: Danone, Yoplait o Clesa. A mis amigos, dependiendo de su gusto lector, les recomiendo a veces los diarios de Trapiello, que, por lo demás, es un tipo que se autorretrata muy bien en su Salón de pasos perdidos. Y sale muy favorecido como escritor, pero no tanto como persona. Es un tipo engreído, con tendencia a la misantropía, impertinente, y voluntariamente antipático. Tiene también virtudes, lo he tratado algo en mi condición de periodista. Es amable en las distancias cortas, muy sonriente, aunque le falta sentido del humor, porque quizá se toma demasiado en serio. Pero, como diarista, es extraordinario. En mi opinión, humilde, aunque no caprichosa, su obra en marcha es uno de los grandes empeños literarios de los últimos treinta años. Treinta años da para la guerra de los treinta años y para las obras incompletas de Andrés Trapiello. No es poca cosa.
Original en elobrero.es
JUAN ANTONIO TIRADO
Juan Antonio Tirado, malagueño de la cosecha del 61, escribe en los periódicos desde antes de alcanzar la mayoría de edad, pero su vida profesional ha estado ligada especialmente a la radio y la televisión: primero en Radiocadena Española en Valladolid, y luego en Radio Nacional en Madrid. Desde 1998 forma parte de la plantilla de periodistas del programa de TVE “Informe Semanal”. Es autor de los libros “Lo tuyo no tiene nombre”, “Las noticias en el espejo” y “Siete caras de la Transición”. Aparte de la literatura, su afición más confesable es también una pasión: el Atlético de Madrid.