Todo es cuestión de ponerse a ello

Dentro del mundo del arte actual hay todo tipo de fenómenos inefables, vulgares e inclasificables, más por sus rarezas, supuestas transgresiones, provocaciones, extravíos o banalidades que por sus geniales y auténticos hallazgos y versátiles propuestas artísticas.

Claro que si nos atenemos a la frase de Grayson Perry de que “esto es arte porque yo soy un artista y digo que lo es”, hasta uno mismo puede llegar a ser papa sin haber pasado por el seminario y el arzobispado, sólo es cuestión de tener desde la infancia cara de cardenal. 

Uno de estos “prodigios” es el grafitero inglés Bansky, el quinto artista más rico de Gran Bretaña, del que se desconoce su identidad, ya que de conocerse podría tener problemas con la ley. Sus estarcidos se esparcen por toda la isla, aunque, ya descubierto y encumbrado, ha pasado a integrarse en el sistema de exposiciones en galerías y museos.

El tipo es un bromista e inconformista que en el Museo de Historia Natural de Londres expuso una rata disecada en miniatura por medio de una lata de pintura en aerosol etiquetada como banksus militus vandalus. Tardaron veinticuatro horas en saber si estaba o no viva. 

Pero lo que más llega a sorprender –si se piensa bien, pues no- es que, a este individuo, al que no le resto méritos, se le paguen cifras millonarias por sus obras por parte de unos coleccionistas a los que él les dedica la siguiente perla: “No puedo creer que vosotros, idiotas, realmente compréis esta mierda”. “El mundo del arte es la broma más grande que existe y una residencia de ancianos para los superprivilegiados, los pretenciosos y los débiles”. Y lo apostilla con eso de que”no le interesa convencer a la gente del mundo del arte de que lo que hace es arte. Le preocupa más convencer a la gente de la comunidad del grafiti de que lo que hace es vandalismo”.      

Sin embargo, tales salidas de pata de banco forman parte de la farsa, esperpento y tinglado mercantil que se monta en torno al arte, razón por lo que yo mismo lo intento pegándome a una esquina y vomitando encima de ella, lo que no me ha servido para nada más que para oler espantosamente mal y quedarme arruinado por los cuantiosos gastos que me supuso la tintorería.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)