TERRORISMO 3.0 Por Teófilo Ruiz

El cibercapitalismo, tras la implosión de la Unión Soviética, ha visto su marcha triunfal trufada de sobresaltos a cada cual más grave. La crisis financiera de 2008 (todavía no superada en muchos lugares) hizo pensar en la refundación del propio sistema (Sarkozy dixit), pero recortes brutales, con un holocausto laboral de proporciones gigantescas, han logrado que el modelo de producción y consumo prosiga su marcha, hasta un nuevo episodio. Sin embargo, la exacerbación del extremismo islamista en forma de ciberterrorismo comporta una amenaza a la estabilidad de las formas de vida de Occidente que se presenta tan peligrosa como difícil de combatir.

Desde los años ochenta el islamismo radical ha ido creciendo de forma imparable con ataques suicidas que han producido más de 45.000 muertes. Pero han sido los atentados del 11-S, en New York,  y los del 11-M, en Madrid, junto a los de Charlie Hebdo y el 13-N en París los que han elevado el tono del horror hasta alcanzar el propósito de amedrentamiento generalizado. No obstante, el extremismo que se presenta como genuino representante de Dios, no solo ha golpeado en Europa y USA; Asía o África han sido también objeto de su brutalidad.

Para explicar el crecimiento de esta hidra de varias cabezas ( Al Qaeda, ISIS, Hamás, talibanes) se habla de exclusión social como la que se registra en algunas zonas de París o en el mismo centro de la capital comunitaria, el barrio de Molenbeek de mayoría  musulmana. Esta teoría viene avalada por la procedencia de numerosos combatientes del denominado Estado Islámico: jóvenes musulmanes nacidos en Europa y muchos de ellos con una formación académica notable. Pero el crecimiento de los grupos islamistas que utilizan el terrorismo como su ultima ratio se debió, en principio, al apoyo de algunos países del Golfo Pérsico, defensores del Islam más intransigente, y la cobertura de varios servicios de inteligencia occidentales (caso de los talibanes) para la derrota de la URSS en Afganistán. En la actualidad son el secuestro y el contrabando, así como la venta del petróleo del territorio que controlan, los pilares que conforman su sustento económico. A todo ello, en un aprovechamiento tan terrible como cínico, hay que añadir los beneficios que obtienen por el traslado a Europa de buena parte de los refugiados que ellos provocan con sus ataques en Siria e Irak.

El autodenominado Estado Islámico nació con la desintegración de Irak, tras la caída de Sadam Husein, pero el crecimiento se ha debido al empleo de las nuevas tecnologías, de las redes sociales para crear el terrorismo 3.0: se recluta a jóvenes musulmanes (de ambos sexos) , buena parte de ellos nacidos en países europeos. El adiestramiento, en la mayoría de los casos, se produce en la Red, así como la planificación de los atentados. Con las atrocidades del 13-N en Paris se ha pasado de los llamados «lobos solitarios» a la intervención de comandos suicidas con una gran capacidad destructiva. Pero en última instancia, no es sencillo encontrar las razones que nos expliquen el por qué jóvenes que han nacido y vivido en Occidente estén dispuestos a inmolarse por una causa que invoca a un Dios inmisericorde.

Después de arrasar Afganistán y destruir Irak, la intervención militar, hasta ahora, se ha revelado tan devastadora como inoperante. Al nudo de serpientes de Oriente Medio se han unido varias zonas de África que, empezando por Libia, dibujan un panorama cada vez más oscuro y necesitado de solución. Como estrambote, pero no final, se ha unido la crisis de los refugiados que se agolpan en las fronteras europeas y que están poniendo a prueba la solidez y los principios de la propia UE.

Hace ya tiempo que Max Weber alertaba del «regreso de los dioses dormidos«. Y ese regreso se ha producido en forma de islamismo extremo. Frente al hedonismo sin freno de la sociedad de consumo y la banalidad massmediática, los integrantes del Estado Islámico y demás formaciones afines pretenden protagonizar el rechazo y la sed de venganza de la legión de desheredados que se encuentra en puntos tan dispares como Afganistán o el Sahel. Utilizando las facilidades y posibilidades de las nuevas tecnologías, se intenta recuperar unas esencias, un sentido distinto de la vida que con una visión alucinada, se propone retrotraer la Historia hasta la Edad Media, con la recuperación del Califato. Es de esperar que este enfrentamiento entre Occidente y el extremismo musulmán no sea la versión actualizada de Las Cruzadas, que fueron nueve y duraron desde 1095 hasta 1291.