Tampoco es para tanto, los «perfomances» ya existían en la Edad Media
Ante algunos de los perfomances artísticos de finales del siglo XX y principios del XXI no cabe ocultar tanto nuestro escepticismo como incluso cierta repugnancia. No nos ofrecen dudas de su carácter escatológico y su supuesto enfoque antropológico, pero si nos remontamos a la Edad Media nos encontramos con tales fenómenos escénicos, aunque aparentemente (habría que discutir largo y tendido sobre sus fundamentos doctrinales, si es que existen) de distinto signo, como el que sucedió con el cuerpo de Santa Isabel, al que le cortaron las uñas de las manos y los pies, los pezones de los pechos (mejor haberse quedado con ellos enteros, digo yo) y hasta los pulgares, según contó Cesáreo de Heisterbach.
No obstante, lo más buscado era la cabeza de un santo y los más valioso sus huesos. Así es como se llegó a saquear tumbas, despedazar o robar esqueletos y cortar los miembros (imagínense qué magnífica acción artística). Lo más chusco era lo que hacía Francisco de Asís que cuando viajaba siempre evitaba Perugia con el fin de conservar la cabeza sobre los hombros (la verdad es que tampoco le podíamos pedir que hiciese de conejillo de indias para oficiar de antecedente artístico del quehacer contemporáneo).
También es digno de reseñar el acto más representativo (por sus similitudes con el presente), tal el que protagonizó el obispo Hugo de Lincoln, que en el monasterio de Fécamp, en Francia, se puso a roer un hueso que se decía que había pertenecido al brazo de María Magdalena (¿lo habrían cocinado o especiado antes? ¿Y qué hubiese dicho Freud al respecto?).
En fin, que después muchos de estos restos se hayan convertido en reliquias es la mejor muestra del resultado último de estos procesos (ahora son fundamentalmente fotos y vídeos), porque al final se han transformado en fetiches sujetos a un mercado (les suena) y han conseguido transformarse en colecciones y tener coleccionistas como Carlos IV, el emperador del Sacro Imperio Romano (algunas alusiones las carga el diablo).
Por consiguiente, lo de escandalizar y provocar habría de tomarse desde otras bases e idearios estéticos y conforme a unos planteamientos más sólidos que generen reflexión sobre el futuro del arte.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española y Madrileña de Críticos de Arte (AICA/AECA)