Sócrates, Gustav Metzger y la mujer de la limpieza

En 2004 la Tate le montó una exposición al alemán Gustav Metzger que incluía una bolsa de basura conteniendo trozos de cartón y periódicos viejos –algunos aventuran que hasta podrían estar dentro parte de los pornográficos papeles de Bárcenas-, titulada “Nueva creación de la primera presentación pública de un arte autodestructivo”. Un día antes de la inauguración el artista notó la ausencia de la obra que estaba junto a un mural de nailon corroído por una pintura ácida.

Al final de una búsqueda incesante, se localiza la dichosa bolsa en un contenedor de desechos, de donde se recupera aunque en tal mal estado que el autor determinó su sustitución por otra. También se identifica al culpable del desaguisado, una pobre señora de la limpieza, que, interrogada, contestó que solamente cumplía con su trabajo: ¿cómo iba a saber lo que se suponía que era?

No obstante, podríamos ser mal pensados y concebir el acontecimiento, en sí mismo lógica culminación de ese concepto autodestructivo, como otra forma de enjuiciar el acto artístico como el realizado por una creyente socrática infiltrada que se atuvo al diálogo platónico de Parménides:

“Y sobre esas cosas, ¡Oh Sócrates!, que nos parecen tan ridículas, como pelos, cieno, suciedades y demás cosas inferiores y despreciables, ¿tienes dudas sobre si debería afirmarse que también de todas esas cosas hay una idea especial que es distinta de las cosas que tenemos a mano, o no debería afirmarse? De ningún modo, dijo Sócrates, sino que esas cosas son como las vemos y creer que hay una idea de ellas sería muy sorprendente…… Por eso, cuando llego a este punto huyo, por miedo a matarme hundiéndome en la tontería sin fondo….”

Claro que en este caso no se llegó a una huida, sino que simplemente se obtuvo una más coherente conclusión (fallida claro está): enviar tal cosa a un depósito que tuviese fondo pero no tontería. Ya hacía tres años había ocurrido un suceso parecido. Otra mujer de la limpieza echó a la basura una de las piezas –un cenicero lleno de colillas, botellas y paquetes de tabaco vacíos- de Damien Hirst. Todo inútil, la obra fue rehecha.        

¡Y pensar que no se les dio a estas ímprobas trabajadoras una mención por su participación y aportación a estas manifestaciones artísticas de tan alto nivel!

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)