Sin un ojo todavía pinto mejor
Era una tarde de 1938 en el taller del canario Oscar Domínguez en París, cuando éste, borracho y muy furioso, le lanzó en plena discusión al catalán Esteban Francés un vaso que impactó en el ojo de Víctor Brauner (1903-1966), el artista surrealista rumano, que en ese instante se había interpuesto para protegerlo. Uno de los vidrios arrancó de cuajo su órbita, que quedó colgando de la cuenca vacía.
Sin embargo, esta tragedia no fue más que la culminación de un presagio, pues antes del malhadado accidente las obras de este autor se decantaban por reflejar hombres tuertos, cuernos en lugar de ojos, cavidades oculares vacías, etc. Pero lo más significativo y surrealista lo constituyó el autorretrato que este creador ejecutó en 1931 con el mismo ojo derramándose como si se hubiese quedado licuado, derretido, destrozado. Esa fue la premonición absoluta.
Pierre Mabille, un médico amigo suyo y que formaba parte del grupo, contó que el hombre que había conocido antes de la mutilación era inseguro, tímido, pesimista y estaba desmoralizado. Mas a partir de entonces se había liberado y expresaba sus sentimientos con claridad y autoridad, fue más vigoroso y original, más seguro, además de trabajar con una fuerza renovada.
Produjo entonces unas series mágicas de objetos y pinturas que rebasaban los límites del movimiento al que estaba adscrito, envolviendo sus cuadros de sugerentes neblinas entre las que se articulaban seres quiméricos. Algunos especialistas consideraban que era la búsqueda de sí mismo como arquetipo que sobrevive a la metamorfosis del primitivismo y de las ciencias ocultas.
Lo cierto y verdad es que su muerte es más que una tumba en un cementerio de París, cuyo epitafio es todo un poema al descubierto: “pintar en la vida, la verdadera vida, mi vida”. Así debería ser la de todos.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)