Sin obra no hay autor. tienen que indultarlo

A principio del siglo XX ciertos movimientos la tomaron con la obra de arte y su consagración por considerarla ya obsoleta, incluso por el hecho de constituir casi una afrenta para los tiempos que corrían. Se necesitaba un arte concebido como un modo de producción industrial en serie que debería implicarse en un proceso activo y no en una reflexión contemplativa.

Con lo cual se estaba dando en ese momento el siguiente paso axiomático, cual no podía ser más que el de la muerte del autor –lo que tampoco acabaría ocurriendo-, lógica consecuencia del  anterior suceso mortuorio. Así es, muerte del autor como teorema de Saussure y muerte del artista creativo como planteamiento de Duchamp, desembocando inevitablemente en la coronación del anónimo subversivo, esotérico o excéntrico.

Mas todos estos paradigmas se quedan en mera enunciación y delatan cierto cinismo en la postura de sus patrocinadores que no toleran que ellos mismos acaben siendo incógnitos en los anales de la estética –deben entender, dicen, que somos egos superlativos que dan siempre luz y no pueden ser apagados-.

Estamos, en efecto, ante construcciones de la práctica artística que vienen siendo insoslayables, pero que no evitan en cada caso los dogmatismos al uso de unas y otras en base a unas modas ideológicas que tan pronto vuelven como pasan y viceversa.

Y en toda esta controversia no podían faltar -¡cómo no!- los protagonistas del arte conceptual, que también incidieron en la muerte del autor –¿de dónde sacarían tanto tiempo libre para tantos funerales?-, aunque, para no perder la costumbre, se enzarzaron en un enconado litigio por la invención por uno de ellos –no se sabe cuál- de la expresión “arte del concepto” (Henry Flynt, Joseph Kosuth, Edward Kienholz o Sol Le Witt).

En conclusión, prefiero remitirme al pronunciamiento de Ernst Bloch que en mi opinión sigue estando presente, pues su fe en el artista con nombre y apellidos es equivalente a la acentuación del factor subjetivo en la historia, en el hombre y en sus sueños, deseos y autoproyecciones sobre la misma, no complementada y determinada por relaciones objetivas, porque el arte es premonitorio de eso que aún no ha sido. Y es ese factor subjetivo de lo poético el que ayuda a alumbrar esa premonición artística.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)