Sin apuntar no se puede acertar
Gombrich sostenía que el artista tiene a su disposición registros, sistemas, imaginarios, etc., que le permiten verificar la pluralidad de su don inventivo, porque sin una invención, sin una creatividad constante de nuevos medios técnicos, materiales y semánticos, las salidas se cierran y la creación se extingue.
Y es que conforme a la existencia a la que estamos sometidos desde hace milenios, totalmente estrangulada por el caos, la arbitrariedad, la accidentalidad y la anomalía, no se pueden reglamentar cualidades que están basadas históricamente en la renovación, la evolución, la ruptura, la destrucción, el desequilibrio y la imposibilidad. Su tratamiento no es de la codificación u ordenación, sino el de la adaptación, transformación y hallazgo.
Antonin Artaud señalaba acertadamente que el arte es un proceso, un recorrido que nos lleva a descubrir de manera no racional elementos que atañen a la más profunda sabiduría humana. Y también, añado, a modos de vivir y de sentir.
Por eso, cada realidad artística se convierte en una entre otras muchas posibles, pues cada una de ellas representa un interrogante, cuya respuesta constituirá tantas interpretaciones como visiones que se centren en la hondura inagotable de la obra artística.
Consecuentemente, el artista produce nuevas realidades a partir de sus medios de expresión, con las que nos transmite tanto la conciencia de su autonomía y emancipación como los argumentos formales acordes con el núcleo de su acción.
Y a esa producción visual, a esa configuración de lo visible (Conrad Fiedler), le ha precedido la confusión, la indeterminación, la incertidumbre, quizás inherentes a un desarrollo en pos de la culminación en una realidad definida y duradera.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española (AICA/AECA)