Simenon

Si Simenon fuera un vino pertenecería a una añada excelente, a la par que abundante. No es un caldo para paladares que presuman de exquisitos, o que lo sean. Simenon es un vino de crianza, color teja, de un sabor muy apreciado por los degustadores de buenos tintos. Nada que ver con una botella tiempo perdido, etiqueta Proust, gran reserva de caldo o tinta, sólo recomendado para bebedores con alto poder adquisitivo, gusto refinado y paladar de prosa educado en las mejores escuelas de retórica galas. Se puede disfrutar, según las ocasiones, de uno y otro vino. No son incompatibles, porque en la gran bodega del mundo no hay otra escala de gustos que la que marcan los individuos, porque aquella es el reino de la libertad, la arbitrariedad y el sentido propio, tan distante del sentido común, ese cementerio donde se entierran todas las diferencias.

No sabría decir si me gusta más el popular y siempre joven Simenon o el añejo Proust, envejecido en barrica de roble. Mi natural bebedor, mi impulso lector me hacen no discriminar entre grandes tintos, por más que uno sea pieza de museo y el otro deliciosa carne de taberna. Claro que, hoy estamos con el tabernario, prolífico e ignoto monsieur Simenon, el narrador de la buena pipa, el francés que se creía belga o el belga que se hacía pasar por francés, el novelista que le dio la vuelta a sus ochenta años en quinientas novelas, todas ellas salidas de su portentosa factoría creativa o de la de un negro dotado de los mismos atributos artísticos. Su estilo está hecho de contrastes. Su biografía parece que también está decorada en claroscuro. Se le atribuyen coqueteos con el nazismo, en lo que sería el colmo de su afán por asomarse a los precipicios del alma. Simenon presumió de haberse acostado con varios miles de mujeres, como si también en las lides de cama quisiera batir récord. Claro que, con el tiempo se ha sabido que la mayoría de los jadeos de Simenon no habían sido fruto de sus dotes de conquistador, sino de su inagotable talón de cheques. Después de todo, no son malos lugares los burdeles si se quiere hacer una radiografía de perdedores, de criaturas habitadas por la desolación y granujas que han extraviado los escrúpulos en alguna esquina incierta de su infancia.

Conozco a lectores, amigos míos, que se han acostumbrado a pescar metáforas y crímenes en el río simenoniano y que de ahí no hay quien los saque. Y es que de la misma manera que hay quien puede leerse dos mil historias de Marcial Lafuente Estefanía sin desarrollar otra curiosidad literaria, hay lectores fatigados de nadar en los mares profundos de Borges y Kafka, que una tarde llegan al río Simenon y se quedan para siempre a vivir en sus aguas. Tampoco es tan raro. Con la obra de Simenon se puede pisar el acelerador sin miedo de que se acaben los títulos. En su mundo provinciano, gris y desolado hay emociones fuertes, bajas pasiones, náufragos de tierra adentro, perdedores, asesinos que no pierden la sonrisa, solterones sin otra compaña que sus manías, mujeres fatalmente rubias, hombres que buscan fatalidad, canallas licenciados en impostura, solitarios rodeados de gente, tipos, en fin, como tú y como yo, pobres tipos, con oficios tantas veces menesterosos y beneficios menguantes.

Original en elobrero.es

Juan Antonio Tirado, malagueño de la cosecha del 61, escribe en los periódicos desde antes de alcanzar la mayoría de edad, pero su vida profesional ha estado ligada especialmente a la radio y la televisión: primero en Radiocadena Española en Valladolid, y luego en Radio Nacional en Madrid. Desde 1998 forma parte de la plantilla de periodistas del programa de TVE “Informe Semanal”. Es autor de los libros “Lo tuyo no tiene nombre”, “Las noticias en el espejo” y “Siete caras de la Transición”. Aparte de la literatura, su afición más confesable es también una pasión: el Atlético de Madrid.