Si usted cree que tiene un cuerpo para el arte no deje de pulirlo
El cuerpo es nuestra realidad más íntima y ambivalente. Con él nos acostamos, nos levantamos, colmamos nuestros más exaltados éxtasis y sufrimos las peores pesadillas, ésas que quisiéramos siempre que fuesen de otros con nuestros más fervientes y mejores deseos.
Por tanto, al ser una imagen de tal entidad y trascendencia, también es congénito a la práctica artística en todos los tiempos y en todas las culturas, y bajo todas y cada una de sus vertientes, aunque su representación como objeto visual haya estado y continúe sujeto a controversias de todo tipo, desde ideológicas hasta emocionales, aunque sin que ello haya sido impedimento para que el artista siguiese hurgando en sus cavidades, recovecos y enigmas ocultos, en aras de lograr la expresión de su forma constantemente evolutiva o mutante, de su dualidad interior y exterior, de su contexto ideal o físico.
Evidentemente, las distintas escuelas y estilos artísticos abordaron su configuración bajo presupuestos ortodoxos, heterodoxos y antagónicos, desde un academicismo de salón y énfasis del perifollo, hasta los que ven en él el reflejo de una vida interior y su mortalidad, pasando por lo exótico o sublime; cuestión, por consiguiente, de formación, creatividad, talento, inclinación y certezas de sus autores o incluso de los mismos espectadores.
También caben visiones contradictorias, por un lado supuestamente materialistas, por el otro supuestamente espiritualistas; o bien las que sin ir tan lejos, meramente señalan su animalidad o divinidad, o las que, desde más cerca, se refieren a su individualidad o sociabilidad.
Vistas así las cosas, lo que resulta aconsejable, en consecuencia, es que la mirada esté abierta a no obviar singladuras de un conocimiento y una contemplación que además de sensuales son sensibles, que además de lúcidas penetran en lo más recóndito de nuestra textura y del secreto que guarda; que ahonda, igualmente, en el reconocimiento de psicologías, espíritus y sentidos, tanto visuales como táctiles, así como en los métodos y fórmulas que generan su aparición como si ésta fuese ya algo más que un simple efecto ilusorio.
Y tenemos, en definitiva, derecho también a renegar de todo aquello que ha significado un engaño estético de nuestro cuerpo, ya sea mediante el uso de la superstición, ya sea a través de la superchería.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)