Si no está firmado, no pago

Decía Anatole France que el azar es el seudónimo de Dios cuando declina firmar. Pues si es así, en el arte contemporáneo nada, excepto el embalaje, va sin firma y, por consiguiente, el azar se quedó sin seudónimo divino y sin tiempo para replicar.

Lo propio es que lo primero de todo sea acercarse y escrutar cada esquina de cada superficie hasta encontrarla, detenerse en ella, compararla, sopesarla, analizarla y darla al final por buena. De lo contrario, no hay negocio ni mercado ni economía en esta materia. Aunque con ello tampoco estamos descubriendo una novedad, dado que desde el Renacimiento, cuando el artista toma posesión y consolida su estatus inconfundible, la autoría es ya el ADN imprescindible.

¿Qué pasaría si se prescindiese de ella? ¿Seguiría teniendo el mismo valor la manifestación artística? Por mi parte no tendría ninguna duda en la respuesta, pero lo más probable, ante este anonimato, es que el mundo entero se vería desorientado, casi ciego, si no hubiese una nueva formulación con la que articular y configurar esa pasión de continuar conociendo y viendo arte, eso sí, bajo otras directrices. 

¿Y qué sería entonces del conjunto de todo este entramado actual de comercio, marketing, mercado, inversiones, compras, ventas, galerías, museos y demás? ¿Qué harían los autores, de qué vivirían? Muchas hipótesis, hoy inconvenientes de mencionar si no es como un ejercicio de arrepentimiento entre el humor y una sintonía final, para respuestas evasivas y sin la carne necesaria que palpar o consumir.

Sin embargo, tal controversia no podemos dejarla sin un colofón, que, pronunciado por Caspar David Friedrich, se resume de esta manera:

“Toda obra auténtica es concebida en una hora sagrada, dada a luz en una hora bendita, creada por un impulso interior que a menudo pasa desapercibido para el artista”. Menos la firma, digo yo, que no sé la razón de  ser tan insolente.    

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)