Si las colas son arte, el INEM será un museo
Ocurre que la Tate londinense compró hace unos años un performance al checo Roman Ondák (1966), que ha estado en el Reina Sofía, denominada “Buenas sensaciones en los buenos tiempos”. Ocurre que, en realidad, la tal supuesta obra se trataba de un cuaderno de instrucciones consistente en la contratación de un grupo de personas o actores para que formaran una fila ante la puerta o dentro de una exposición de arte durante varias horas al día (aquí con los parados ya tendrían más que suficientes: no les falta idoneidad, experiencia y resistencia).
Por ahora nada del otro mundo que no hayamos visto ya en excesivas ocasiones, incluso como protagonista activa integrante de una de esas hileras. Pero hay una siguiente fase en que, una vez en formación o “instalados”, tenían que adoptar un aire de paciente expectación, como si estuviesen esperando algo que fuera a suceder, sin que con ello se impidiesen otras actitudes y sensaciones que además pudiesen improvisar. Se trata de una explicación conceptual de los dos tiempos, uno que es el que cada persona considera el suyo, y el otro el ajeno, el que se les está quitando por la demora: inútil y desesperante.
A lo anterior hay que añadir que otro de los efectos que persiguen estas colas, fenómenos muy visibles en la sociedad contemporánea (“oiga, debe ponerse a la cola”), es la idea de que al toparnos con una de ellas provoque intriga y atracción, tanta como para sumarnos a la misma sumidos en la curiosidad y perplejidad y preguntándonos qué era aquello de lo que no nos estábamos enterando (como si en la mayoría de las veces no se supiera).
Sin embargo, el autor no ha conseguido del todo este formato globalizador de esa idea, pues le ha fallado –presumo- el no haber visto antes una cola ante el INEM en la España de hoy. Son la muestra más representativa de un fracaso personal, social, laboral, industrial, institucional, político y económico de un país. En ellas ha desaparecido toda ambigüedad y queda como una peste de frustración, rabia, desesperación, angustia, incertidumbre y escepticismo. Y, dado que ya se ha consagrado por la Tate, simultáneamente sería como una manifestación artística de museo, más palpable y más rica en connotaciones, reflexiones y sarcasmos que la original. En fin, mejor que se lleve a efecto solamente en un centro de arte y no en la calle o en el INEM.
Gregorio Vigil-Escalera
Miembro de la Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)