Si hablo de arte me persiguen, a pesar de todo, los sueños

Los sueños siempre han sido un cuerpo latente en todo aquello que se refiere a la producción de un contenido artístico, un contenido que se manifiesta a partir de un trabajo del que nunca llegamos a saber el origen de su fuente, aunque partamos del camino inverso, es decir, de lo expresado y plasmado a lo subyacente.

Este fenómeno se da en el arte porque siempre hay un ombligo del sueño –como lo denominó alguien-, un enigma al que se liga desde la noche cerrada de los tiempos. Un enigma y una fantasía que inicialmente se vuelcan en un continente, que es un espacio sin forma y que podemos considerar como la elaboración primaria, original, a la que le sigue una elaboración secundaria, la cual crea la forma como el momento final del proceso de configuración, cuyo resultado es el estilo como el modo de hacer personal, inimitable y característico.

Sin embargo, Freud (que tiene que estar como invitado en todas las salsas) negó – ¡menudo aguafiestas! – que el trabajo del sueño sea creador, para él lo único que hace es transformar. Incluso llegó a escribir que la imaginación creadora es incapaz de inventar –menuda paradoja- sea lo que fuere, se conforma con reunir elementos separados unos con otros. No es por llevarle la contraria – ¡quién soy yo para hacerlo! -, pero la realidad a posteriori, por lo que se refiere a este tema, le ha superado con creces (¿es que no existe una pintura surrealista, onírica, mágica, etc.?).

Pese a ello, ¿qué vemos en el arte de hoy? Una impronta conceptual, reflexiva, analítica, intelectualista, como si el mismo estuviese destinado a ser idea y objeto exclusivo del pensamiento y el raciocinio. Lo sensible, lo fantástico, lo misterioso, lo emocional, lo increíble, lo onírico, quedan en un segundo y lastimoso plano, pero no hay que preocuparse, ya se está retornando a esta otra veta inagotable.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte AICA/AECA)