Si es posmodernista búsquese evasivas
En cuanto el posmodernismo fue bautizado, le cayó el mundo encima. ¿Dónde se escondían sus valores y paradigmas? ¿Se iban a representar y configurar? Pues no, replicaban sus intérpretes, en esta ocasión no hace falta. Es la hora del cinismo, la ironía, la parodia, el engaño, el exhibicionismo y demás virtudes, todo ello con un sentimiento depurado de superioridad, dado que estaban demostrando que eran la única alternativa (teórica) a una modernidad ya agotada, exhausta y adocenada.
¿En qué consiste esa alternativa? En tomar la diversidad como emblema y aprovecharse torticeramente de los logros pasados en materia de innovación, estilo y significación en todos los aspectos, hasta alcanzar una supuesta y total omnipotencia, pero sin proclamarlo excesivamente, incluso a la chita callando.
Se recurrió al uso de todas las disciplinas habidas y por haber y no tuvieron empacho en atenerse a criterios y pautas de moda, no complicándose así con vinculaciones, relaciones y términos de validez que no consideraban importantes.
Es más, se da un paso más allá en lo referente a este movimiento merced a personajes como Wolgang Welsh que declara que “la posmodernidad empieza donde termina la totalidad”, distinguiendo entre una posmodernidad confusa basada en una arbitrariedad universal y otra precisa que propugna, conserva y desarrolla una producción artística plural. La primera es muy fácil de identificar: aquella que acusa el hipócrita eclecticismo del todo vale.
En consecuencia, la ruptura con la modernidad se producía por la implantación y la apelación a unas certezas ostentosas, banales y ajenas a unos principios éticos y espirituales que conformaban hasta entonces una práctica artística acorde con las preocupaciones reflexiones de orden estético y cultural de la época. Con lo cual, a través de este escapismo, de esta huida de esa realidad existencial y psíquica, se estrenaba un viaje a lo hedonista, aparatoso y sofisticado.
Así es como se desemboca, como colofón, en la defensa de una invención de valores y requerimientos que hay que superar como una muestra de rebeldía imaginaria.
Sin embargo, la conciencia de la diversidad irreductible de las formas del lenguaje, de vida y de pensamiento, se mantuvieron latentes simultáneamente por otros movimientos, pese a esa penuria de plenitud y vacío interior, de esa insuficiencia de la estructura de valores en función de la cual pudiera orientarse el artista posmoderno y a partir de cuya escala pudiera poner a prueba su propia unicidad y creatividad.
Por consiguiente, insistimos, al carecer de fundamentación espiritual, escala de valores y una estructura ordenadora, adolece de una visión presuntuosa y frívola, un ideario de la nada –presumen de anticiparse para cuando estemos muertos y confinados- y unos principios de cocina.
Bien es verdad que si como asegura Kaplan, el mundo de la guerra y el crimen –además de la corrupción, añado por mi cuenta- llegan a fusionarse planetariamente, no merece la pena gastar tiempo y tinta, aunque no sea china ni pandémica.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)