Se mira, pero no se besa

¿Me acusan de violación porque le he dado un beso? Es cierto, sí, que se lo he dado, pero fue un ósculo salivoso, húmedo y apasionado. Un gesto y acto artístico de amor provocado por el poder del arte.

Al propietario, Yvon Lambert, no le hizo maldita la gracia que una insignificante que presumía de artista y se llamaba Rindy-Sam, franco-camboyana, hubiese mancillado su cuadro, un tríptico –“Phaedrus”- del estadounidense Cy Twombly, cuando estaba expuesto en su galería de Aviñón en 2007.

En el panel pintado en un óleo completamente blanco, ese blanco que Kazimir Malevich definía como el verdadero color del infinito porque trasmitía espacio, distancia, perpetuidad, quedó estampada la mancha –debió ser un beso tan largo como ancho, de esos que no pueden despreciarse- de un lápiz de labios rojo que nunca pudo borrarse –a pesar de todos los intentos no hubo forma de quitarla-.

Lo más probable es que esta aprendiza de artista lo hubiese conceptuado como un performance que le llevaría a la fama con la comprensión amigable del autor, al que, por el contrario, al enterarse casi le da un soponcio. Al fin y al cabo, no se hace todos los días.

No obstante, este sentido y noción del todo vale posmoderno, dadaísta, epistemológico, teleológico y vaya usted a saber qué, no lo tenía muy bien asimilado la acusación que calificó a la acción de canibalismo o parasitismo – ¡vamos, que de la indigestión se le quedó agarrado un parásito! – y pidió una indemnización de dos millones de dólares o euros. 

Al final, juzgada con el cargo de degradación voluntaria de una pieza de arte, se le condenó al pago de mil euros al dueño de la obra, quinientos a la galería y un euro al autor – ¡otro soponcio! -. Seguro que la transgresora, de saber lo que le iba a caer, hubiese llegado hasta el orgasmo final.  Cómo para estar ahí y presenciarlo.     

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española  de Críticos de Arte (AICA/AECA)