SANTIAGO CARRILO, MUERTO UN SÍMBOLO. Teófilo Ruiz
Por sus obras los conoceréis suele decirse. Pues bien, Santiago Carrillo ha traspasado la exigente puerta que conduce a la Historia. Y como todo personaje cuyo recuerdo ha de mantenerse en la menoría colectiva por bastante tiempo, su trayectoria presenta bastantes luces y no pocas sombras.
Iniciado en la política en edad temprana, rompió con el socialismo paterno para ser uno de los principales impulsores de la unión entre las juventudes del minúsculo PCE y del casi todopoderoso PSOE. La rebelión militar de julio del 36 y la consiguiente Guerra Civil le situaron, con apenas veinte años, ante uno de los momentos más dramáticos de la historia española reciente, con repercusiones tremendas: el asedio de Madrid y la masacre de presos rebeldes. El joven responsable de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid apareció envuelto en un suceso tan dramático como oscuro: la matanza de Paracuellos del Jarama. La propaganda franquista, durante años, le señaló como responsable principal del asesinato masivo de presos favorables a los rebeldes. Las acusaciones no se probaron, pero no cabe duda de que el responsable de Orden Público en Madrid podía haber intentado controlar a los cientos de indeseables que se escudaban en siglas políticas y sindicales para desplegar su barbarie, aunque la situación de descontrol no era la más propicia para hacer sentir la autoridad gubernamental.
Liquidada la II República, el PCE fue el único partido que mantuvo su estructura, tanto externa como interna, cohesionada y con el objetivo lejano, pero claro, de lograr la reconciliación entre españoles. Ejerció una fuerte presión sobre el gobierno formado tras la muerte de Franco, pero siempre tratando de evitar la vuelta a los enfrentamientos. La Transición política se debió en parte no pequeña al trabajo y los esfuerzos del PCE liderado por Santiago Carrillo. Sin embargo, la recompensa electoral, en la recobrada democracia, no tuvo el premio esperado: la dura imagen forjada por sus detractores en el régimen franquista restó premio a la apuesta mantenida durante años por una recuperación de la democracia española sin que, una vez más, corriera la sangre, como tantas veces había ocurrido a lo largo de nuestra historia.
Carrillo intentó lavar la imagen denostada de su partido, sumándose al llamado «eurocomunismo», que tan buenos resultados cosechaba en Italia. El fracaso de esta línea política empezó por debilitar su liderazgo. La reacción de Carrillo fue recurrir a las antiguas prácticas de las purgas estalinistas, con la consiguiente expulsión, pero sin violencia. La persistencia en el fracaso electoral y en la no admisión de la crítica, terminó con su autoridad histórica e indiscutible y con su trayectoria política.
En la hora del balance del recorrido político de Santiago Carrillo, hay que señalar que desaparece uno de los personajes fundamentales en la consecución de la democracia en España. En su haber hay que contabilizar su voluntad sin fisuras para recuperar las libertades ciudadanas. Su terrible experiencia en la Guerra Civil y el vivir de cerca el terror estalinista forjaron un objetivo político priorizado ante cualquier ambición o interés partidista. Su apuesta por la democracia, por encima de todo riesgo, quedó plasmada en su imagen imperturbable en el Congreso de los Diputados, el 23-F, mostrando su firmeza ante las pistolas de los liberticidas. Como todo protagonista de la historia de un país, también le acompañan las sombras, los juicios negativos de sus enemigos. Pero ese es el peaje que han de pagar los individuos que han hecho de su trayectoria vital algo relevante: a nadie dejan indiferente.