REVOLUCIÓN 3.0

Teófilo Ruiz

Una vez más se comprueba que una imagen  supera las mil palabras (o millones). La actuación policial en Barcelona para «impedir» el referéndum ha ocupado la atención de los medios de comunicación más destacados de todo el mundo. Lo que se anunciaba como un marcador futbolístico (1-0) terminó en goleada, gracias a la pericia e imaginación de sus organizadores (independentistas) y la dejadez e ineptitud del Gobierno: su «enviado especial», el coronel Pérez de los Cobos, ha desaparecido, sepultado por la tomadura de pelo del jefe Trapero. Sin solución de continuidad hemos pasado de una consulta ilegal, realizada en plan verbena (con más votos que censo) a destacar una represión que a todos horroriza. Cuatro heridos de cierta consideración y una lista de contusionados tan fiable como los datos de la votación sirven de relato para denunciar «lo intolerable». La propia policía autonómica catalana tiene en su haber actuaciones muchísimo más graves (por no citar a la francesa o norteamericana). Con independencia de que todo abuso de fuerza debe ser denunciado y exigir las responsabilidades que correspondan, esto no puede ocultar  que nos encontramos ante un hecho revolucionario, un intento de lograr la secesión por un lado y acabar con el sistema constitucional de 1978.

Durán i Lleida advirtió a Rajoy (16 de octubre de 2013) sobre el riesgo de una declaración unilateral de independencia por un nacionalismo que pedía más competencias y se sentía frustrado por los recortes del TC al Estatuto de Autonomía. Asentado sobre su mayoría absoluta, el presidente del Gobierno se tomó el asunto con su habitual calma: eran de nuevo «hilillos de plastilina» (como en el Prestige), aunque en esta ocasión lleva camino de contaminar a todo el país. La desazón nacionalista creció de forma exponencial y sobre esa ola se subió el neoanarquismo, con algunos ribetes de trotskismo de la CUP para montar un proceso revolucionario y acabar fuera del Euro, la UE y la OTAN y, por supuesto, con la actual estructura de España. En este proyecto revolucionario participan los dos partidos de la burguesía catalana, con tal de seguir figurando como detentadores del poder. Puede que la historia no se repita dos veces, pero si presenta rasgos comunes: nos muestra a la CUP  haciendo de CNT-FAI que durante la Guerra Civil redujo a Companys a un comparsa dedicado a poner trabas al gobierno de la II República.

Siguiendo los planteamientos del Che Guevara que sostenía que para desencadenar un proceso revolucionario no siempre es preciso esperar a que se den las condiciones objetivas, la lucha puede crearlas; y a esa tarea se han aplicado con resultados más que brillantes. Desde la utilización de los medios de comunicación, el acoso e intimidación a diferentes profesionales, hasta una nueva y muy original forma de guerrilla urbana que con la intimidación y la certeza de que no van a ser repelidos de forma violenta han rodeado y hecho retroceder a  la policía estatal.

Los dirigentes de la CUP, de ANC y Ómnium Cultural recuperan la «democracia expeditiva» de Companys: «El pueblo no comprende los métodos dilatorios de las leyes…Hay que darle obra hecha»(citado por M. Azaña. La Pobleta, 1937).  En ese intento de «obra hecha» se mueve la declaración de independencia, con la ley de desconexión y el inicio de lo que Anna Gabriel (la Trotsky de la CUP) señala como «el mambo», en  sustitución del proceso. Pero toda revolución, para alcanzar sus objetivos, necesita no dilatarse en el tiempo, pues corre el riesgo de que surja el golpe reaccionario de Termidor. Pero en esta ocasión puede que no venga de un  gobierno que ha quedado en ridículo (ampliado tras el discurso del Rey); tal vez se concrete desde dentro, auspiciado por la banca que, a pesar de su catalanismo confeso, tiene otra querencia mayor que es su patrimonio, en peligro por una  retirada masiva de depósitos y la segura salida de la UE. Será la tercera vez que el nacionalismo catalán intenta la proclamación de la república. Y en este intento coinciden con el izquierdismo-populismo que espera que se repita el abril de 1931 y caiga la monarquía.

Lo de Cataluña nos devuelve una imagen: el duelo a garrotazos de Goya. Y unas palabras de Manuel Azaña: «Veo en los sucesos  de España un insulto, una rebelión contra la inteligencia, un tal desate de lo zoológico y del primitivismo incivil, que las bases de mi raciocinio se me estremecen. En este conflicto, mi juicio me llevaría a la repulsa, a volverme de espaldas a todo cuanto la razón condena. No puedo hacerlo. Mi duelo de español se sobrepone a todo».