REPÚBLICA: NO HAY DOS SIN TRES

Eso al menos es lo que piensan los que en la mayoría de las manifestaciones enarbolan la tricolor como símbolo de una propuesta que ponga coto a las agresiones sociales que sufre una buena parte de la sociedad española. Justo al cumplirse el 83 aniversario de la proclamación de la II República, de nuevo surgen las voces que piden, por vía democrática,  la posibilidad de decidir sobre la forma de Estado y su Jefatura.

Lo cierto es que la fórmula republicana no ha tenido, hasta ahora, suerte en España. El 11 de febrero de 1873, tras la abdicación de Amadeo de Saboya, las Cortes ─de mayoría monárquica─ proclaman la República que empieza su andadura con una grave crisis económica, la tercera guerra carlista y el imparable conflicto colonial centrado en Cuba. Monárquicos, conservadores, liberales y republicanos se enfrentan en una pugna tan enconada como estéril y se suceden los gobiernos encabezados por Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar. Aparecen las reivindicaciones de una incipiente clase obrera y la división cantonalista. El golpe de Estado protagonizado por el general Pavía (3 de enero de 1974) lleva al poder al general Serrano y al Ejército como clase dirigente de una sociedad en la que la burguesía hace dejación de su rol histórico. El pronunciamiento de Martínez Campos, en Sagunto (29 de diciembre de 1874) pone fin al experimento republicano y a sus tímidos proyectos de reforma social. La monarquía borbónica es reimplantada a la fuerza para que, con el paso del tiempo, labre su propio desprestigio.

El viento de unas simples elecciones municipales fue suficiente para llevarse por delante el reinado de Alfonso XIII en abril de1931. Tras patrocinar la Dictadura del general Primo de Rivera (1923-30) y la «Dictablanda » del general Berenguer, los militares que tanto le debían ─ Franco, entre ellos─ por los honores recibidos en una guerra (la de África) sostenida casi en exclusiva para premiar los «méritos de guerra», no movieron un dedo en su defensa. Venía la II República impulsada por el pacto entre republicanos y socialistas.

Tampoco el nuevo gobierno llegaba en buena hora: la crisis económica mundial, producto de la Gran Depresión, también golpeó a una economía tan débil como la española, con una desigualdad social rozando con el feudalismo. Sentimientos reprimidos durante años estallaron de inmediato y los humillados identificaron a uno de los principales responsables en la Iglesia Católica, nada dispuesta a perdonar ofensas: quema de conventos, pérdida de control de la Enseñanza, Estado laico, ley del divorcio. Las reformas sociales no se hacían con la rapidez que unos esperaban, pero sí eran amenazas intolerables para otros. El «bienio negro», pilotado por la derecha clerical y reaccionaria del Gil Robles y de Lerroux desmontó los avances sociales que a duras penas había logrado sacar adelante el gobierno Azaña. El triunfo electoral del Frente Popular, en febrero de 1936, sirvió de aglutinante para las fuerzas que se la tenían jurada a la República: Iglesia Católica, monárquicos de diverso cuño, banqueros y aspirantes a dictadores como Gil Robles o Calvo Sotelo. Incapaces, por sí solos, de acabar con la República buscaron el apoyo entre los militares, en buena parte resentidos por las reformas de Azaña que trataban de racionalizar las Fuerzas Armadas. La excusa fue que España estaba en peligro, desangrada por los disturbios sociales y los asesinatos políticos y con el bolchevismo acechando, aunque el PCE fuera en ese momento un partido con escaso número de militantes y ningún poder.

En la amarga hora de la Guerra Civil, tan solo los golpistas estuvieron a la altura de sus objetivos. La II República, con Azaña huido y acobardado en el «refugio» de la presidencia, Largo Caballero haciendo de un incompetente «Lenin español» y Juan Negrín, cuestionado por buena parte de sus compañeros socialistas, fue incapaz de defenderse con eficacia. Y de nuevo los militares, los que habían permanecido fieles a la legalidad republicana, creyeron en una especie de «Abrazo de Vergara» que proponía Franco para acabar con la guerra, y traicionaron a la II República, provocando su caída definitiva con el golpe del coronel Casado, ayudado por un sector del PSOE (Julián Besteiro) y por las fuerzas anarquistas (Cipriano Mera).

A la larga «noche de piedra» del franquismo le sucedió la monarquía borbónica que tuvo la habilidad de despojarse de tan molesto fardo político en escaso tiempo, ganándose un prestigio que una serie de acciones nada ejemplarizantes amenazan con reducirlo a cenizas.

De nuevo la crisis económica golpea con extremada virulencia a la sociedad española. Y de nuevo, las fuerzas conservadoras han desmontado prácticamente todos los logros sociales conseguidos durante el periodo democrático, sin contestación en el campo político, pero si con una creciente agitación social. La solución no pasa por un cambio en la forma de la Jefatura del Estado sino por una profundización de la democracia y el cumplimiento, de verdad, de los objetivos de igualdad y justicia que promete el estado del bienestar y que, en buena parte, están reflejados en la actual Constitución. Otra cuestión es que el concepto de «monarquía» sea poco democrático y un residuo histórico de difícil justificación.