Ready-made. A las teorías las pintan calvas (II)
Si proseguimos la búsqueda, nos encontramos con una interpretación más puntualizadora como es la de Nathalie Heinich, la cual repara en que, para el paradigma contemporáneo vigente, el valor artístico no reside en la obra de arte en sí misma, sino en los discursos y mediaciones que la sostienen en la red comunicativo-informativa.
En fin, que le demos las vueltas que le demos, el caso es que el artificio tuvo tanto éxito que solamente le falta un Nuevo Testamento sobre el mismo, y que cuente, además, para que nada falte, lo de la impostura descubierta en la carta que le dirige a su hermana en 1917, comentándole que una amiga, empleando el seudónimo de Richard Mutt, le envió un urinario de porcelana a modo de escultura. La dicha amiga era la baronesa Elsa von Freytag-Lorighouen, que estaba más loca que una cabra y obsesivamente enamorada de él. ¿Un impostor, entonces? Al final no pasó nada, porque el asunto se acalló y la loca se quedó sola y abandonada en un manicomio de Berlín hasta su muerte. Un buen melodrama para fervorosos de la letanía.
Por lo tanto, estamos ante una operación de descontextualización y recontextualización, de provocación, burla y transgresión (sin pasarse). De no diferenciación entre arte y el llamado antiarte (no lo denominen de otra manera que les excomulgan). De generar asombro y desorientación, de nihilismo y pesimismo (a mí ya no me abandona en toda la vida). De que ya no cabe disparidad ética y estética. De que todo es visible, banal, anodino y sin creatividad.
Lo que no sabía Duchamp es que la estupidez y la abyección se han dejado de lado en algunos supuestos y que todavía persiste un arte con una experiencia singular y específica que siente y antepone la esencia, la pasión, la forma, el color, la emoción, el imaginario, el entendimiento, el disfrute, la sorpresa, la visión y el espíritu. Y más, mucho más, afortunadamente.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)