Ready-Made. A las teorías las pintan calvas (I)

Se ha dicho que los ready-made constituyen la elección y rescate de unos objetos corrientes y nuevos que, al colocarlos, modificados o no, en un espacio destinado al arte se convierten supuestamente en eso, en arte. El mismo inventor de los cacharros ha reconocido que “no deben ser mirados. Simplemente están ahí” (menudo peso me ha quitado de encima). Por eso, alegan, se aconseja verlos –en qué quedamos, sí o no- con humor, ironía y ambigüedad.

Pero a distintos autores les encantó atribuirles un halo teórico, tal que Octavio Paz, que los consideró “objetos anónimos que el gesto gratuito del artista, por el solo hecho de elegirlos, los transforma en obras de arte”.

Thierry de Duve va más allá y afirma que “con los ready-made Duchamp no inventó nada, no creó una obra de arte ni produjo un nuevo concepto de arte”. Entonces, ¡¿qué son?!, ¿unos simulacros, artefactos o farsas al que el mundo del arte les ha conferido el estatuto de obra de arte?, ¿todo vale?, ¿cualquier obra humana puede asumir la identidad artística si un grupo (críticos, curadores, galerías, museos, etc.) la reconoce como tal? 

Ante mi ceguera y necedad sobre este fenómeno que me parece inodoro, incoloro e insípido, Juan Carlos Román me explica que el ready-made es un mecanismo intelectual –acabáramos-, pues se trata de jugar con lo ordinario para hacerlo extraordinario.

Pero tampoco es eso, porque lo que Duchamp quiere es demostrar su teoría respecto a la autoría, la de que el espectador sin producir nada adquiere el mismo rango que el artista, lo cual no debió haber captado su querida hermana porque, en su ausencia, tiró a la basura el “Portabotellas” y la “Rueda de bicicleta”.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AECA/AMCA).