RAJOY: ¡TIENE QUE LLOVER,TIENE QUE LLOVER!

Teófilo Ruiz

El presidente del Gobierno, al igual que el cantautor Pablo Guerrero, pide que llueva:¡ a cántaros! El poeta extremeño (Que es tiempo de vivir y de soñar y de creer/ Que tiene que llover/ a cántaros) clamaba contra la larga noche de piedra del franquismo; el jefe del Ejecutivo pone todas sus esperanzas en que con el agua (casi bendita, en este caso) baje el precio de la  electricidad.

Si no interminable, sí ya es larga la sarta de disparates que ha soltado por su boca Mariano Rajo (el alcalde y los vecinos, españoles muy españoles, las máquinas, dicho de otra manera, etc.), amén de haber mentido en sede parlamentaria o apoyar a un encarcelado como Bárcenas. A bote pronto, el recuento de insensateces podría inducirnos a pensar a que estamos ante un mentecato parecido al personaje que interpreta Peter Sellers en Bien venido Mr. Chance (film de 1979) en el que un memo absoluto llega a la presidencia de Estados Unidos. Pero la realidad no puede ser esa: registrador de la propiedad, ministro en diversas ocasiones, ganador por mayoría absoluta casi histórica, perdedor de dicha mayoría pero indesplazable del Gobierno y sumo sacerdote incontestable en su partido. Tiene que ser, en consecuencia, el perfil de una mente (tal vez no maravillosa), pero sí altamente sibilina, pues en caso contrario toda la ciudadanía estaríamos en una muy mala posición.

Lo que ha querido decir el Maquiavelo gallego (travestido de su paisano Xan das Bolas en Don Erre que erre) es que con las compañías eléctricas no se juega (y menos con sus beneficios). Y lo mejor que puede ocurrir es que llueva (a cántaros, mejor) para que el «combustible» gratuito llegue a las centrales hidroeléctricas y entren a pleno rendimiento, para que las empresas puedan bajar el precio de la energía. Y aviso para despistados: la parte de impuestos del recibo eléctrico (desde el IVA al impuesto «al sol») no bajará dado que es una fuente segura de ingresos para el Estado.

El ministro de Energía Álvaro Nadal, una de las «lumbreras económicas» del Gobierno, vaticinó (en un dantesco «abandonad toda esperanza») un severo sobrecoste para este año en la factura eléctrica de los hogares españoles. Con un alarde de documentación «demostró» que el precio de la energía en España es barato en comparación con otros países de la UE. Lo que no dijo el bueno de Nadal es que los salarios medios de los ciudadanos de los estados referenciados son muy superiores a los españoles. Y para no desentonar de su jefe, Nadal no se anduvo por las ramas y señaló a la crisis energética como la verdadera culpable de la situación. Menos mal que el barril de Brent se mueve en la franja de los 55 euros. Miedo da pensar en el precio en el que se situaría la factura eléctrica  con el petróleo en los 100 euros, como ya ha estado.

Ni dedicando una cátedra ad hoc podrán desentrañarse los vericuetos del recibo de la luz. Cientos de supuestos expertos lo han intentado en diversos medios de comunicación con un magro resultado. El libre mercado, con su oferta y demanda, haría bajar los precios de una energía imprescindible. Ese fue el argumento para la privatización del sector, pero que la realidad nos muestra que fue una promesa incumplida. La potencia instalada es muy superior a la demanda, lo que viene a indicar, hasta para el más profano, que el mercado en modo alguno es «libre» y que está manipulado. Con independencia de que buena parte de la factura se va en impuestos que el Gobierno no está dispuesto a reducir.

Se ha denunciado en varias ocasiones el tráfico de «las puertas giratorias» (políticos recompensados con cargos en los consejos de administración de las eléctricas), especialmente por PODEMOS. Pero parece llegado el momento en que en sede parlamentaria se examine la situación del mercado eléctrico, con una mayor vigilancia y control estatal sobre un sector estratégico y que afecta de pleno a toda la ciudadanía. Tal vez los partidos políticos (todos) podrían dejar de ocuparse por un momento de sus preocupaciones internas, congresos incluidos, y atender a los problemas de sus votantes.