¿Quién se atreve a no ser posmodernista? Si es muy fácil
El posmodernismo surgió como una respuesta para todo, pues se consideraba que lo que hasta entonces era la modernidad, mediados del siglo XX, y que se postulaba con tal significación totalizadora, era insuficiente además de erróneo y repetitivo.
La versión posmodernista nos llevaba a otra constelación de la realidad, tan flexible y aguda que con un programa informático (el llamado generador de posmodernidad) se podían buscar las soluciones e interpretaciones adecuadas. Por ejemplo:
“Si examinamos el realismo socialista, enfrentamos la siguiente decisión: o bien la teoría pretextual constructiva es la correcta, o bien concluimos que la verdad es capaz de ser verdadera, pero sólo si la premisa de la narrativa material es inválida”. Y así sucesivamente, al fin y al cabo se trata de hilvanar secuencias sintácticas hasta que el texto sea lo suficientemente espeso, largo y supuestamente sólido.
Pero no es necesario recurrir a un programa de estas características para comprender la profundidad y perspicacia de este movimiento globalizador, basta con leer a la feminista posmoderna Judith Butler:
“El cambio desde una explicación estructuralista en la cual se entiende que el capital estructura las relaciones sociales en modos relativamente homólogos a una visión de la hegemonía en la cual las relaciones de poder están sujetas a la repetición, convergencia y rearticulación, llevaron la cuestión de la temporalidad al pensamiento de la estructura, y marcaron un giro de una forma de teoría althusseriana que toma las totalidades estructurales como objetos teóricos hacia uno en el cual los pensamientos dentro de una posibilidad contingente de estructura inaugura una concepción renovada de la hegemonía”.
Por tanto, la conclusión se ve muy clara si mezclamos estructura –ésta unas cuantas veces-, hegemonía, pensamiento, teoría, concepción, etc., podemos armar un brillante rompecabezas. Ahora bien, aconsejo que sustituyamos estas exégesis y palabras por tomarnos una copa, la visita a un museo, el regodeo ante un desnudo o el hacer una locura. No será lo más inteligente, mas sí lo menos desquiciante para aquellos que por su condición –es decir, casi todos- nunca disertarán sobre el posmodernismo. Pobrecillos, alguna compensación habrían de tener.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)