¿Quién me quiere quitar la vivencia estética?

Los románticos “trasnochados” dicen que el arte es pasión, empezando por Schlegel, que consideraba que era materia sentimental bajo una forma fantástica. Es decir, que frente a la obra misma solamente debe operar el sentimiento de la creación y de la contemplación, pues está destinada a ser mirada y aprehendida por y para un espectador, que es quien le da la razón de su destino. Creación y recepción, por tanto, se funden en la vivencia. 

El concepto de vivencia llegó a España de la mano de Ortega, que fue el que la tradujo del alemán “erlebniss”, que se refiere a una experiencia vivida, y que Heidegger valoraba como la fuente decisiva no solamente para el goce del arte, sino asimismo para crear el arte. Todo es vivencia. Mas acaso, añadía, la vivencia podría ser el elemento en que el arte muere, aunque ese morir va tan lentamente que necesita algunos siglos. 

Todo un proceso de interiorización, pues, que ve que lo fundamental en la obra es el factor de la contemplación, sin que ello comporte, como aducen otros autores, la desvalorización de la misma porque se convierta en mera exterioridad. ¿Cómo se percibe, entonces, la interioridad de una obra de arte si no es a través precisamente de su exterioridad?    

Claro que para Gadamar tal concepción ya está obsoleta, lo básico es la alegoría y el símbolo, o lo que es lo mismo, una relación de interpretación y lectura. Por consiguiente, el espectador contemporáneo, ante la obra, no debe apelar a sus sentimientos y vivencias, sino que ha de buscar criterios objeticos de interpretación y de lectura. Si se abre a su escucha la podrá leer.

En conclusión, si esa vivencia se ha perdido o anulado, lo que no es cierto y sería una total ignorancia  de la índole de la condición humana, es que entonces se ha sustituido, tal como argumenta Miguel Cereceda, por un acercamiento apoyado en la reflexión, discusión, lectura de textos y catálogos, etc., con lo que quienes se proponen una contemplación extática se han quedado anticuados, como si fuesen incapaces, deduzco por mi parte, de apreciar lo útil y eficaz de ambas posiciones teóricas, porque ése en realidad siempre fue el meollo de la cuestión: conjugar en el ámbito de la contemplación reflexión y vivencia.

Y para finalizar, una última acotación a cargo de Gillo Dorfles, cuando mantiene la tesis de que la representación visual no puede estar apoyada en una previa conceptualización verbal, pues en este caso dejaría de existir y se convertiría en una transposición de conceptos formulados verbalmente. Amén.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)