¿Quién colecciona más que yo?

Desde principio de los tiempos, casi se puede decir, trataron de convertir al arte en una materia proclive a hacer de ella unahistoria de maldición y poder. La Iglesia Católica principalmente de hecho, todas- lo utilizó impunemente para la manipulación, la pompa, la fastuosidad y el sometimiento. Los reyes, príncipes, aristócratas y demás ralea, para la ostentación, el lujo, la decoración, la magnificencia y la demostración de su riqueza y dominio.


Templos, catedrales, palacios, retratos, esculturas, escenas religiosas, mitológicas, alegóricas, episodios costumbristas, paisajes, etc., son sus máximos exponentes. Y si todos ellos continúan ahora es porque el fenómeno de acaparamiento empezó a tomar históricamente un ascenso imparable. Todos los grandes personajes y personajillos, burgueses y burguesillos, no podrían ni pueden ser lo que son o eran si no hacían o hacen gala de ello a través del arte.

Claro que como señala Simon de Pury, la codicia, ciertamente, era y es buena. Tanto que actualmente los grandes propietarios y magnates, ignaros, elitistas y prepotentes, prebostes procedentes, ya no de herencias ancestrales, sino del fruto de la especulación, el petróleo, la tecnología, la Bolsa, los fondos de inversión, etc., han constituido su propio ranking pecuniario, evaluando al artista por el precio de sus obras.

Ingentes masas de dinero son equivalentes al arte más revolucionario y eminente, único y singular, no importa que sea un adefesio, un auténtico hallazgo, una innovación absoluta, una visión fascinante, o simplemente un estereotipo o algo vomitivo. Hay que coleccionar y conseguir lo que nadie va a tener de ese autor excepto yo, aunque sea una defecación calenturienta.

El resto de hombres y mujeres que desean más íntimamente y cercano el arte en su verdadera naturaleza, son chusma que carece de cien millones de dólares para gastar en una sola pieza. El que la población suiza de Basilea haya votado por amplio margen a favor de la compra de dos Picassos por parte del ayuntamiento para evitar su salida de la ciudad, es una rareza ejemplar.    

Por consiguiente, lo que parece que no tiene vuelta de hoja es lo que Peter Wilson de la sala de subastas Sotheby´s declaró al The New Yorker en 1966: “Hay muy poca gente capaz de apreciar el arte sin desear poseerlo. Tiene que codiciar el arte para apreciarlo realmente”. Pues ya saben, a codiciar, lo demás sobra.  

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)